New York, Estados Unidos.-“Yo sufrí mucho, ni a mi peor enemigo le deseo lo que tuve que pasar en un ‘shelter’ (refugio)”.
Con esta frase la dominicana Jenny Almonte, de 43 años, narra parte de las vicisitudes que junto a su familia padeció durante tres años en un refugio de Manhattan, New York.
“El que se va a un refugio para conseguir Sección 8 o housing (programas que proporcionan ayuda para la renta de viviendas a familias de bajos ingresos) es porque es masoquista; porque una gente en sus cinco sentidos debe pensarlo dos veces para tomar esa decisión”, dijo la mujer.
La génesis de la historia de amargura de Almonte se genera luego de que ella, junto a sus vecinos, se quejara varias veces con el casero por las malas condiciones en que se encontraba el edificio donde residían, y por la indiferencia de su arrendador decidieron denunciarlo ante las autoridades.
“En el edificio el elevador no servía y la mayoría de las veces la calefacción no funcionaba. No había agua caliente ni fría; tú te puedes imaginar con este frío, uno sin calefacción”, agrega.
Almonte asegura que ya todos los vecinos estaban cansados de pasar por tantas necesidades, hasta que un día todos decidieron hacer un “piquete” junto a los activistas del Centro Comunitario Hermanas Mirabal.
Luego de la protesta, los bomberos acudieron a chequear el edificio, donde determinaron las terribles condiciones en que se encontraban viviendo y finalmente fueron desalojados y enviados a un refugio.
El inicio de la larga odisea
En ese momento inició lo que la madre de tres niños de 4, 8 y 14 años define como “un tremendo calvario”.
“A mí me tenían viviendo en un cuartico de una habitación con mis tres muchachos y mi esposo; no había privacidad. Ningún familiar te puede visitar.
Si tienes que salir por más de 72 horas fuera de “shelter” tienes que notificar a la administración que estarás fuera, porque si no te sacan”, narró.
La discriminación fue una de las tantas barreras con las que la dominicana tuvo que enfrentarse.
“Cuando un afroamericano hacía algo todo estaba bien y se lo toleraban, pero si era un hispano que lo hacía todo era diferente”, se queja Almonte.
“Desde el primer momento que a uno le toca la desgracia de vivir en un ‘shelter’, sea cual sea la circunstancia, inmediatamente te imprimen una estampa; es raro que un “landlord” (dueño de los edificios) te quiera alquilar, pues te ven como una persona que no paga la renta o como un destructor de los apartamentos”, precisó.
La limitación del idioma es otro de los tantos obstáculos que los hispanos enfrentan en un refugio.
“En la administración no había traductores para las personas que no hablaban inglés, ya el último año fue que trajeron una trabajadora social que era bilingüe; pero antes de eso el que no sabía inglés y no podía conseguir una persona que le tradujera lo pasaba muy mal”, confiesa.
“Eso era un infierno. Mis tres hijos se enfermaron, mi hija de 4 años se puso hiperactiva; el varón, de 10, se me puso agresivo, y la mayor cumplió 15 años en el “shelter”. Entre nosotros era una pelea constante, debido al estrés que nos generaba esa situación”, rememora.
La mujer recuerda lo duro que fue para ella y su familia ese primer año en el refugio, pero lo más difícil, confiesa, fue tener que explicar a sus niños que en ese lugar estaba prohibido poner árbol de Navidad.
“Tú sabes que por muy pobre que uno sea a nosotros los dominicanos nos criaron con la cultura de celebrar el nacimiento de Jesús, esa fue la peor Navidad de mi vida”, dijo.
Como Jenny Almonte, en Manhattan el 80 por ciento de los inmigrantes son de nacionalidad dominicana y de ellos un 60% se encuentra viviendo por debajo del nivel de la pobreza, según un estudio publicado por la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY).
Asimismo, el informe revela que la comunidad latina de Nueva York logró en las últimas dos décadas reducir en dos puntos sus niveles de pobreza, pero aún así los mexicanos y dominicanos siguen siendo los más marginados de la ciudad.
Nunca es tarde si la dicha…
“Después de tres años de espera me avisaron que ya me tenían un lugar donde vivir, yo había comprado todo, solo me faltaba firmar el contrato, pero a última hora recibí la mala noticia de que el programa que proporciona ayuda para la renta de viviendas a familias de bajos ingresos estaba congelado momentáneamente”, dice Almonte.
Pero reza un refrán que nunca es tarde si la dicha es buena, y precisamente esa dicha llegó finalmente para Almonte.
Con emoción relata la alegría que sintió cuando un mes después recibió la tan esperada llamada que le notificaba la asignación de un apartamento en una de las mejores zonas de Manhattan.
“Nunca se me va a olvidar ese primer día que finalmente nos mudamos del “shelter” para nuestro hogar. Mis niños no creían que esta era su casa, ellos no cabían de la alegría; estaban como si hubieran pasado 30 años presos y en ese momento habían salido a la calle por primera vez”.