
Hay cosas que cuesta hacerlas, pero que cuesta más evitarlas. Es el caso de la imprescindible reforma fiscal que requiere nuestro país. Cada día se complica.
Es como un ascensor que va cayendo, quienes van dentro no quieren llegar al piso, pero mientras más dure, más fuerte será el impacto, y más trágicos sus efectos.
Dar largas a poner orden en los ingresos y gastos del Estado dominicano, es como tapar la válvula de una olla de presión por temor al vapor: terminará explotando.
No es fácil eliminar privilegios, recortar gastos, apretar a los que están acostumbrados a estar holgados.
Eficientizar el gasto público implica automatizar procesos y reducir personal, pero en un país donde muchos hacen campaña por un empleo público ese es un verdadero reto.
Donde el poder político está “de facto” subordinado al poder económico, es difícil imponer más cargas a los dueños del país. Donde el asistencialismo social es pilar de la popularidad de los gobiernos, es duro recortar por ahí. Lo mismo ocurre con los gastos de publicidad, y qué decir del financiamiento a los partidos.
Toca hacer nada o hacer todo. Si queremos enderezar nuestro rumbo como país toca ajustarse el cinturón y apretar bien los dientes.
Hay que cobrar la electricidad y el agua, hay que perseguir las evasiones, hay que quitar las asistencias a quien no las necesita, hay que aumentar la presión tributaria de ciertos sectores, hay que reducir la nómina pública.
Son todas medidas impopulares. Pero en ciertas circunstancias hay que decidir entre “caer bien” o hacer lo correcto. Esta es una de esas.