Estamos ya en los finales de mayo, el quinto mes, lo que quiere decir que prácticamente entramos casi en la mitad del año.
¡Qué rápido se van los años en estos tiempos! ¿Verdad que antes no era así?
No sé a ustedes, amables lectores, pero a mí me parecía una eternidad el tiempo transcurrido entre unos Reyes Magos y los siguientes. Ni qué decir de las vacaciones escolares: ¡qué lejos estaban una de otra!
Pero hoy día las cosas se nos presentan diferentes. ¿O acaso somos nosotros los que hemos cambiado? Ahora el tiempo vuela. De la noche a la mañana nos convertimos en ancianos, los nietos se vuelven hombres y mujeres hechos y derechos, y la vida se mira diferente.
En mi caso particular, me pellizco para convencerme de que no estoy soñando cuando pienso que hace ¡cincuenta años! que mataron a Trujillo, o que hace más de sesenta que debuté como periodista, cubriendo en compañía de Leoncio Pieter el inicio de los trabajos de construcción del Faro a Colón.
Cada uno de nosotros tiene sus propios recuerdos, buenos y no tan buenos. Son memorias hechas a la medida, nostalgias que nadie puede cambiar. No nos queda, pues, más remedio que vivir con ellas y aceptar nuestras respectivas realidades. Porque el tiempo, lento cuando somos niños y veloz cuando somos mayores, no se detiene hasta llegar a su inevitable meta.