Reconstruir el país en sentido contrario

Reconstruir el país en sentido contrario

Reconstruir el país en sentido contrario

Roberto Marcallé Abreu

Programar los pasos de la existencia, de los caminos a seguir, es de personas coherentes y previsoras.

Solo que, como decía alguien, la vida es la dueña de los términos finales y es quien dicta las pautas finales.

Observo las dimensiones del patio de la misión diplomática de la República Dominicana en un país tan distante como Nicaragua, y la pregunta que de inmediato nos agobia es cómo ha ocurrido que estemos tan lejos.

Y, sin embargo, estamos tan cerca. No pocas veces uno despierta y se pregunta que dónde está realmente.

El ámbito es diferente, desconocido. No pocas veces, el escritor sueña o despierta en lugares que nunca vio anteriormente. Las visiones, en este oficio, poseen una fuerza avasalladora.
Cierto, la verdad definitiva, cuando miro hacia atrás, es que no una sino varias veces me deje castigar y abrumar por la desesperanza.

Cierro los ojos y me veo escribiendo de manera reiterada con un inextinguible dolor en el corazón sobre las reiteradas desgracias y amargas manifestaciones que han sido determinantes en nuestro destino nacional.

Cuántos no vivíamos en los límites de desertar de la esperanza. Qué desdicha escuchar la burda carcajada de quienes hacían gestos sarcásticos por tantas luchas impertérritas, del honor y la honra de nuestros prohombres, de las batallas libradas y la sangre derramada.
La degradación en los límites mismos.

El saqueo indiscriminado. Abrir de par en par las puertas de la peste, la turbia intención de visualizar la tragedia solo como una nueva oportunidad para engrosar hasta el infinito sus horrendos y mal habidos tesoros.

Uno mira hacia atrás, y resulta casi imposible creerlo. Cómo un pueblo avasallado, debilitado, moralmente aniquilado por la perversidad de unos cuantos, se levantó de las cenizas y situó contra la pared una maquinaria política dispuesta a llegar a cualquier límite con tal de proseguir la tarea de liquidar un país hasta sus mismos cimientos.

Es largo y muy duro el trabajo que aún queda por hacer.

El sueño existe, esta vivo y con mayor razón en estos días que estamos a punto de conmemorar las fiestas patrias.

Hace poco, y en otro escenario, hablaba con dos nuevos amigos sobre mi novela “La manipulación de los espejos”. Es un libro duro que, paradójicamente, está cimentado en la esperanza.

La transformación, en principio, del carácter nacional. Concebir un ciudadano que, desde sus orígenes, sea formal, responsable, de carácter. Apegado a la ley y respetuoso de las normas.

¿No es eso lo que calificamos como civilización?
Un país de instituciones verdaderas, donde el delito sea duramente castigado, y el reconocimiento sea consecuencia del esfuerzo, de la dedicación, de la entrega, del sacrificio. La honestidad y la decencia como virtudes fundamentales. Instituciones sólidas.

Ciudades limpias y alegres donde cada manifestación sea un homenaje vivido a nuestros patricios y sus luchas por la independencia, la libertad, el respeto al ciudadano, a la mujer, a los niños, a los ancianos, al trabajo pulcro y honorable.

Es bueno que se haya interrogado a un alto funcionario por haber permitido la entrega de miles de millones en una operación definitivamente cuestionable. Es encomiable el depósito de un expediente en el que se solicita investigar la edificación de la “nueva victoria”, en una operación que desde los primeros momentos la opinión publica calificó como definitivamente sospechosa.

Es positivo que la justicia prosiga su tarea de cuestionar con absoluto respeto a las normas todos los hechos que, a distancia, se presumen objeto del dolo y la deshonestidad.

Es preciso castigar duramente a quienes se favorecieron con la masiva depredación de nuestros bosques y la contaminación y destrucción de centenares de ríos en todo el territorio nacional.
No se trata de una ilusión o un sueño.

Era hora de que se iniciara una agresiva labor de rescate de una patria agredida y maltratada sin piedad y de manera salvaje por aquellos que jamás podrán disfrutar sus fortunas mal habidas y que pagaran con amargos y muy duros años de cárcel los desafueros en que incurrieron en contra de la República Dominicana y de la gran mayoría del pueblo dominicano.

 



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