Su niño le presenta su última creación artística.
Es un dibujo con una figura de largas y delgadas piernas, sin cuerpo ni pelo. Es usted. En la esquina se puede ver algo amarillo que –según le dice- es el Sol y junto a él algunas manchas moradas de pintura
Si usted fuera honesto, le diría que ha visto mejores. Pero el niño está ahí, esperando su reacción. ¿Qué le dice?
«¡Qué lindo! Es el mejor dibujo que he visto. Completamente fantástico». Y el niño sonríe orgulloso cuando su obra de arte es fijada al refrigerador, para que toda la familia la vea.
Pero, ¿es realmente lo mejor que podría haber dicho? Tendemos a asumir que todos disfrutamos los elogios y que eso nos hace querer hacerlo cada vez mejor. Pero si miramos la evidencia, no es tan cierto. Todo depende de las palabras.
El problema no son los elogios per sé, sino cuando estos se inflan. Palabras como «perfecto» o «increíblemente bueno» en vez de un simple «bien». Los padres son especialistas en sobredimensionar su reacción cuando sus hijos tienen un bajo nivel de confianza, esperanzados en que esto incentivará su autoestima. Pero cuidado, le puede salir el tiro por la culata.
Se sabe que si las alabanzas no suenan sinceras, no tienen efecto (1). Y hay un problema peor que el de que el niño que reconozca su hipérbole. La evidencia apunta a que esto podría hacer que los niños eviten futuros desafíos (2).
Los niños que sufren de baja autoestima y a los que les han dicho que su dibujo es «increíblemente bonito» son menos propensos a arriesgarse a tareas más desafiantes posteriormente que aquellos a los que les dijeron que era un dibujo «bonito». Una simple palabra hace la diferencia. La pregunta, obviamente, es por qué.
Los investigadores especulan que un halago inflado deja la vara muy alta para que los niños con baja autoestima quieran volver a intentarlo, pero esta hipótesis aún no ha sido probada.