Corría el mes de marzo de 2013, cuando en un acto de puesta en circulación de su libro “Mis Recuerdos Imborrables”, actividad a la cual tuve el gusto de asistir y adquirir la obra, el doctor Rafael Molina Morillo tuvo el gesto de dedicármelo con estas palabras: “Al Dr. Franklin García Fermín, con afecto y distinción”.
Esa noche volví a rememorar que viviendo en el ensanche La Fe, en el año 1975, recibía desde Santiago frecuentemente la visita de mi padre doctor Marco Tulio García Paulino, en una de las cuales me pidió le acompañará al periódico “El Nacional de Ahora”, que su domicilio quedaba relativamente cerca de la vivienda donde residía, por lo que llegamos caminando.
En el lugar, de inmediato fuimos recibido por el doctor Luis Ramón Cordero, concuñado del doctor Rafael Molina Morillo y administrador del periódico, quien nos admitió con simpatía y con un abrazo fraternal para mi padre.
La conversación giró en torno a sus frecuentes encuentros en La Vega, cuando mi progenitor ejercía la función pública de representante del Ministerio Público allá por el año 1956, cuando aún yo no había nacido.
Mientras la conversación se desarrollaba dentro de la mayor compostura, el doctor Luis Ramón Cordero llamó por el teléfono interno al doctor Freddy Gatón Arce, director del periódico, quien se apresuró a la oficina para saludar a mi padre, su condiscípulo en la Universidad de Santo Domingo, donde se graduaron de Doctor en Derecho en el año 1946, junto a los juristas Machito Canto y Ramón Pina Acevedo.
En ese momento, para mí excelso, un joven de 17 años que se proponía estudiar Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), es que conozco al doctor Rafael Molina Morillo, quien llega al despacho del doctor Cordero.
Este señor, de contextura delgada, temperamento apacible y finos modales, nos saluda con una “sonrisa profesional” como muestra de cordialidad.
Si me impactó la reluciente chabacana blanca, correctamente planchada, que lucía el doctor Freddy Gatón Arce, mayor impresión me causó el perfecto vestir del doctor Molina Morillo, que unido a su apacible temperamento, su conducta educada y refinada, que inspiraba respeto hacia los presentes.
Mi padre le preguntó por el doctor José Espaillat, tío de su esposa y quien para ese momento dirigía la Escuela de Historia y Antropología de la UASD, con quien había compartido aulas en la Universidad Primada de América.
La conversación se mantuvo por varios minutos en un tono de voz agradable y amabilísimos comentarios, hasta que papá de un modo adecuado se paró de su asiento y procedió a despedirse de sus amigos.
Fue un privilegio que mi padre me reuniera con los doctores Freddy Gatón Arce, Luis Ramón Cordero y Rafael Molina Morillo, por lo que de ese momento tengo un inolvidable recuerdo.
Al doctor Rafael Molina Morillo, siempre que tuve la oportunidad, le expresé mi reiterada admiración.
La noche que me dedicó su libro, el cual he releído y conservo como un tesoro, me mostró nuevamente su fino trato y refinada conducta, que unidos a su comportamiento sencillo, lo colocan en el pedestal de un caballero.
El domingo, dos de abril, recibí con pesar la noticia de su fallecimiento, la que entristeció al país. Su partida deja un hondo vacío, pues se ha ido el Decano del periodismo dominicano.
*Por Franklin García Fermín