Nos extraña sobremanera saber que cuando Toni Morrison y Frantz Fanon escribieron sus obras, no tuvieron a los dominicanos en mente exclusivamente, una verdad que el doctor Rubén Silié parece pasar por alto.
Silié hace las veces de caja de resonancia de la acusación de bobarysmo que Price-Mars nos hiciera a los dominicanos, sin quizás darse cuenta que este nunca se había dignado en conocer, con mucho más razón por su condición de etnólogo, cómo pensaban y sentían los dominicanos en sus estratos más profundos.
El movimiento de la negritud, del que era destacado representante, practicó racismo a la inversa, ajustado precisamente al principio de la jerarquía violenta de Derrida.
La diferencia de lengua y cultura, cual punta del iceberg, en los diversos países caribeños, es tal, que los de habla inglesa respondieron con indiferencia al movimiento de la negritud propugnado por Aimé Césaire y Léon Gontran Damas en los afrocaribeños en el decenio de los setenta, por haberlo considerado un concepto francófono.
Más aún: son muy contados, y entre ellos tal vez solo los caribeños de habla hispana ligados a la cultura, que saben que tenemos dos Premios Nobel de Literatura anglohablantes en el Caribe, ya arriba señalados.
En otras palabras, el tema de los rasgos fisionómicos predominantes en nuestro archipiélago, igual que el componente cultural africano que nos une, no da pie, sin embargo, a que por arte de magia nos identifiquemos en consecuencia, a no ser que se quiera idealizar una unidad de los afrodescendientes que no trasciende el deseo y las trasnochadas agendas ideológicas.
Por otro lado, cuando Toussaint abolió la esclavitud en el Santo Domingo Español en el 1801, reafirmada por Boyer en 1822, y su asombro en ambos por la indiferencia de los criollos de la parte este de la isla en recibirla, no fue sino una expresión de que estos tenían una lengua y cultura diferentes a las de los haitianos.
“El ser del hombre es la lengua», sostiene Unamuno, cuya verdad Silié se resiste a aceptar. Esgrimir los argumentos de que los dominicanos “no somos conscientes de que somos racistas”; lo mismo, que somos “alienados” en nuestra identidad cultural, y que tenemos “falsa conciencia”, ya de por sí pone al descubierto las señas archiconocidas de un discurso que quedó a la zaga en la década de los setenta.
Así como los haitianos se involucraron de alguna forma en nuestras gestas restauradoras, conforme lo establece igualmente el embajador en su conferencia, es cierto que alrededor de 1,600 dominicanos del Cibao lucharon al lado de Dessalines en las guerras de independencia haitiana; no obstante, no por eso no dejaron de ver en el haitiano como la otredad.
Debemos de decir con Walcott que los dominicanos, de igual modo que cualquier otros afrodescendientes del Caribe, somos una realidad étnica y cultural nueva que se proyecta hacia el futuro, sin importar los espurios edificios retóricos que se construyan para imponernos una realidad que en buena lid no nos pertenece.