Cuando estaba en secundaria, en los años 60, Robert B. invitó a Gerald Van Dusen a hacer tareas a su casa, en el área de Eight Mile, en el noroeste de Detroit.
Al terminar, los jóvenes, de unos 16 años de edad, salieron de la casa a pasear por el barrio y Van Dusen se sorprendió con el muro de casi un kilómetro de largo, que existía desde 1941.
Era costumbre que los visitantes pasaran un reto: trepar el muro y caminar por encima sin caerse.
Van Dusen caminó un tramo, tropezó y se resbaló.
Ya en el suelo no se sacaba de la cabeza una duda.
¿Por qué los vecinos no habían puesto una cerca barata en vez de ese muro tan grande?
Su amigo Robert le dijo que habían construido el «muro Birwood» para separar a gente como él de gente como Van Dusen.
Robert era afroestadounidense y Van Dusen, quien cuenta esta historia, es blanco.
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Desde inicios del siglo XX, Detroit, en Michigan, había recibido un gran flujo de población negra que escapaba de los estados del sur de Estados Unidos, donde los blancos aplicaban la segregación permitida por las llamadas «leyes de Jim Crow».
Alrededor del inicio de la Segunda Guerra Mundial llegaban unos 2.000 afroestadounidenses al mes a Detroit para trabajar en la fabricación de material bélico, entre otras labores.
Pero era complicado que encontraran un lugar donde vivir.
«Pocas áreas en la altamente segregada Detroit eran capaces de acoger este tremendo flujo», cuenta Van Dusen en «Detroit’s Birwood Wall: Hatred & Healing in the West Eight Mile Community» («El muro de Birwood de Detroit: odio y sanación en la comunidad de West Eight Mile»), el libro que publicó sobre el muro al que lo había llevado Robert.
En esa época, en los años 40, la Administración Federal de Vivienda de EE.UU. (FHA, por sus siglas en inglés) separaba los barrios de las ciudades de acuerdo al color de piel de sus residentes, y un manual de la entidad prohibía la «ocupación de las propiedades excepto por la raza para la que se construyeron».
Las autoridades inmobiliarias usaban un mapa con cuatro colores: verde (para los barrios más seguros), azul, amarillo y rojo (para los más «peligrosos»).
«El rojo significaba que ahí vivían negros y en el área roja definitivamente no conseguías [que las autoridades avalaran] una hipoteca», dice William Winkel, miembro de la Sociedad Histórica de Detroit, a BBC Mundo.
La FHA se negaba a avalar hipotecas o préstamos bancarios para comprar casas o desarrollar proyectos inmobiliarios en barrios negros o en lugares cercanos a estas zonas.
El historiador Richard Rothstein cuenta en su libro «The Color of Law: A Forgotten History of How Our Government Segregated America»(«El color de la ley: una historia olvidada de cómo nuestro gobierno segregó EE.UU.») que «la FHA consideraba que probablemente las propiedades serían muy riesgosas para asegurarlas si estaban en barrios mixtos o incluso en barrios blancos cercanos a barrios negros que hubieran podido integrarse en el futuro».
«En miles de comunidades, la política de la FHA fue la misma, con muy pocas excepciones: no había garantía de hipotecas para afroestadounidenses, o para blancos que pudieran tomar inquilinos afroestadounidenses, sin importar la confiabilidad del postulante», añade Rothstein.
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Estas y otras políticas fueron las que encontró un desarrollador inmobiliario en 1941 cuando quiso construir viviendas para familias blancas en Eight Mile.
Como la zona elegida para el proyecto era mayoritariamente negra, la FHA se negaba a avalar un préstamo para financiarlo.
«El desarrollador se había acercado a la FHA el año anterior solo para que le rechazaran su postulación, porque el proyecto propuesto limitaba directamente con un barrio ‘peligroso’, como era definido por el Programa de Evaluación de la Ciudad, de la Corporación de Préstamos para Propietarios de Viviendas», cuenta el libro de Van Dusen.
«La FHA era reacia a asegurar préstamos bancarios en esas propiedades porque las áreas mixtas, según la agencia, eran proclives a causar confrontación, llevar a la violencia y poner en peligro la estabilidad fiscal de la inversión», continúa la publicación.
Ante la situación, el desarrollador tuvo una idea para conseguir el préstamo: construir un muro para separar su proyecto de los barrios negros.
Con esta nueva propuesta, la FHA autorizó el préstamo.
«La agencia no escondía la base racial de sus decisiones», dice el historiador Rothstein en su libro «The Color of Law» (El color de la ley).
Una organización vecinal «habló con el hombre a cargo de la compañía inmobiliaria» para tratar de detener la construcción del muro, según el libro de Van Dusen.
Pero el hombre «dijo que el muro estaba en su propiedad» y que no había nada que la organización pudiera hacer.
«También dijo que estaba forzado a tapar la vista de nuestras casas destartaladas para aumentar sus probabilidades de vender sus casas», dijo en ese entonces el vocero de la junta vecinal, de acuerdo al libro de Van Dusen.
Finalmente el desarrollador construyó el muro en agosto de 1941. La población negra quedó del lado este; y del oeste, el proyecto para los blancos.
El muro terminó midiendo casi un kilómetro de largo, metro y medio de alto y unos 30 centímetros de ancho y se extendía por tres manzanas.
Esta construcción fue la que terminó siendo conocida como el «muro Birwood», el mismo en el que años después jugarían Robert y Van Dusen.
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Pero la segregación que buscaba imponer duró pocos años.
En 1948, la Corte Suprema de EE.UU. abolió las restricciones que incluían algunos títulos de propiedad para impedir la venta de viviendas a compradores negros.
Desde inicios de los 50, los negros empezaron a adquirir casas a ambos lados del muro y la población blanca se fue yendo de la zona, narra el libro de Van Dusen.
Cuando la afroestadounidense Teresa Moon y su familia llegaron a vivir a este barrio, en 1959, ambos lados del muro Birwood ya estaban ocupados por negros.
«Muchos niños jugaban con el muro. Una buena amiga vivía al otro lado. En vez de caminar para darle la vuelta al muro, uno simplemente se lo saltaba», cuenta Moon a BBC Mundo.
Los vecinos, recuerda la mujer, también solían caminar por encima del muro para ver qué tan lejos podían llegar sin caerse, así como había hecho Van Dusen aquella tarde con Robert.
Y así, «la gente de Eight Mile sabía para qué había sido construido el muro y qué representaba», dice Moon.
«Pero ya no había blancos viviendo aquí, así que no nos afectaba, no afectaba cómo vivíamos», cuenta.
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Ahora, el muro luce muy diferente a cuando se construyó y era solo una barrera gris de concreto.
En 2006, el artista local Chazz Miller invitó a varios pintores a cubrir la pared de Birwood con murales alusivos a la historia afroestadounidense y, desde hace unos siete años, la construcción se convirtió en un lugar turístico.
«Es un misterio para mí cómo se volvió una atracción turística, la gente simplemente empezó a venir a verlo. Vienen turistas de todo el mundo y la mayoría son blancos», cuenta Moon, que sigue viviendo en Eight Mile.
«La gente se siente avergonzada de que esto pasara y algunos lloran», dice Moon a BBC Mundo. Pero «no me importa que lo lamenten o que se avergüencen si no hacen nada por cambiar la situación [de desigualdad]».
Moon asegura que el muro no molesta a sus vecinos negros y más bien cree que debe quedarse ahí «para que [los blancos] vean lo que hicieron».
«Es algo que debe recordarse, cuánta desigualdad, cuánta injusticia, cómo la gente es tratada distinta por el color de su piel. Tiene que estar en la cara de la gente todo el tiempo», dice.
El muro Birwood «era una forma más del racismo que desafortunadamente se esperaba hacia los afroestadounidenses», dice a BBC Mundo Jeff Horner, profesor del Departamento de Estudios Urbanos y Planificación de la Universidad Estatal de Wayne, Michigan.
«Era un muro destinado a promover el racismo como política de gobierno», añade.
Para Van Dusen, el muro «queda como un monumento -quizá el más evidente- de la complicidad federal con la segregación racial en los años 1940».
Ahora la población es mayoritariamente negra a ambos lados del muro, y Detroit sigue siendo una de las ciudades más segregadas de EE.UU., según datos de la Encuesta de Comunidades Estadounidenses de la Oficina del Censo, de diciembre de 2018, analizados por el Instituto Brookings.
Robert se «hartó» de Detroit, cuenta Van Dusen, se fue de la ciudad y no ha vuelto a saber de él.
Van Dusen espera volver a encontrarlo y compartirle el libro que escribió sobre una realidad ante la que había estado ciego hasta el momento en que Robert le mostró el muro.