La mejora de la planta física de las escuelas en los últimos siete años es innegable, la incorporación de la tecnología en las aulas es incuestionable, la seguridad de la alimentación de los alumnos con el desayuno escolar y el almuerzo escolar, en los casos de tanda extendida, es inocultable, y el aumento considerable de la retribución económica de los maestros es incuestionable.
Entonces viene PISA y nos dice que el rendimiento de nuestros alumnos es el peor entre 80 países evaluados en matemáticas y ciencias y el penúltimo en lectura comprensiva.
Entonces. ¿qué está fallando?
Aunque sea doloroso decirlo, hacen falta maestros que puedan darles el frente a los retos que enfrenta nuestro sistema educativo.
Se dirá que es responsabilidad del Estado, así en abstracto.
No por ser “políticamente correcto” olvidaremos las huelgas en reclamo de que sean aprobados aspirantes a maestros que han reprobado en las evaluaciones.
Tampoco podemos ignorar las paralizaciones de la docencia en protesta cuando se decidió nombrar a los directores regionales y distritales por competencias.
Tampoco ha de olvidarse las amenazas de movilizaciones cuando se planteó traer maestros extranjeros de reconocida capacidad para reformar.
En las pruebas PISA también reprobó el maestro.
Pero también reprobaron las universidades que formaron a la carrera muchos de esos maestros solo para cobrar las asignaciones que por cada uno de ellos les daba el Estado, y que los promovían sin tener las competencias.
También reprobaron los padres que no se involucran en exigir que ante sus hijos sean colocados maestros de calidad.
También reprobaron las autoridades que han “flexibilizado”, las autoridades que han preferido apostar al populismo y al clientelismo para “evitar la bulla”.
La escuela está donde está el maestro, aun sea en un centro moderno, una rancheta o debajo de un árbol.