Recientemente, en la Séptima Cumbre de Jefes de Estado de las Américas celebrada en Panamá, el presidente de la República Danilo Medina hablaba de la importancia de establecer “cadenas globales de valor” como mecanismo de aprovechar las ventajas comparativas que pudieran tener los países del área en la fabricación de determinadas partes de un bien o servicio en particular.
Las cadenas globales de valor son sistemas internacionales organizados para optimizar la producción, el marketing y la innovación, al localizar bienes o servicios, procesos y funciones en diferentes países para lograr beneficios por diferencias de costo, tecnología, marketing y logística, entre otros.
Si en el acuerdo comercial entre el país, los Estados Unidos y Centroamérica (DR-Cafta) se hubiesen establecido mecanismos para fomentar “cadenas globales de valor”, a través de acuerdos y redes entre empresas desde una óptica de un comercio justo y equitativo, otros resultados tuviésemos.
Una de las principales características de la economía mundial es la importancia creciente de las cadenas globales de valor.
El mundo se ha convertido en una fábrica global, donde un bien o servicio final se realiza en diferentes lugares a la vez, gestionándose a través de complejas cadenas de suministro mundiales, que sitúan las diversas fases del proceso de producción en las ubicaciones más rentables del planeta.
La importancia creciente de las cadenas globales de valor explican en gran medida por qué China se ha convertido en el mayor fabricante del mundo, ya que sus fábricas importan piezas y componentes principalmente del Asia Oriental, y de otros países del mundo para su montaje como producto final, siendo un ejemplo de esto la fabricación de la famosa “muñeca Barbie”.
En este escenario de globalización de los mercados, muchas empresas, en particular las multinacionales, buscando más eficiencia y mayores beneficios, distribuyen sus actividades de investigación, desarrollo, diseño, montaje, producción de piezas, comercialización y posicionamiento de marcas entre numerosos países del mundo. Por eso, en 1969 había 7,000 empresas multinacionales, en 1990 llegaron a 24,000, y en la actualidad su número está en 111,000, cifra verdaderamente extraordinaria.
Quizás al país no le hubiese ido tan mal, en términos comercial y productivo, si en el DR-Cafta se hubiesen considerados redes y acuerdos de cadenas globales de valor para determinados bienes o servicios, por ejemplo los tecnológicos, que mejoraran el debilitado aparato industrial dominicano.
Pero esa no ha sido la historia.