La aviación ha sido durante mucho tiempo la piedra en el zapato de los que buscan reducir las emisiones de gases invernadero producidas por la actividad humana.
Es la cumbre del sector «difícil de descarbonizar»: un consumo intensivo de energía que no cuenta con opciones técnicas inmediatas de reducción de carbono y está asociado ampliamente con el estilo de vida de los más ricos y poderosos de la sociedad.
También se ha vuelto una de las actividades de mayor crecimiento en la producción de estas emisiones.
Las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de los aviones aumentó 30% entre 2013 y 2019, mientras que el aumento de emisiones de CO2 producidos por la economía en general entre esos mismos años fue de apenas 4%.
La pandemia, por supuesto, frenó en seco esa tendencia. A medida que los vuelos se empezaron a cancelar por todo el mundo, las emisiones de CO2 de la aviación se desplomaron hasta 60% en 2020.
Pero algunos expertos anticipan que la covid-19 solo retrasará por unos años la contribución total de la aviación al calentamiento global: un reciente estudio realizado por los principales científicos del clima proyecta que el sector contribuirá con un 6-17% del carbono aceptado para evitar un calentamiento global que exceda 1,5-2C.
Administrar la demanda -esencialmente menos personas volando– es la manera más efectiva de reducir las emisiones en esta década, según un reciente informe de Transport & Environment, una ONG ambientalista.
Tecnologías como combustibles de aviación sustentables, aviones más eficientes y aeronaves eléctricas jugarán un papel más importante en la década de 2030, indica el informe.
En años recientes, los activistas han exhortado al público a considerar volar menos, o abandonar los viajes en avión del todo para contener las crecientes emisiones de la aviación.
Pero, ¿Qué pasaría si la gente de todo el mundo dejara de repente de volar? Un mundo sin vuelos presentaría serios desafíos logísticos, pero también podría generar cambios inmensos en otras formas de transporte de baja emisión de carbono.
Es improbable que lleguemos a desechar la aviación por completo, y seguramente no lo quisiéramos hacer. Pero el plantear este interrogante hipotético abre la puerta para pensar qué más podríamos hacer para reducir el intenso impacto de la aviación sobre el clima.
Impacto al público
Pero, ¿cómo podría este nuevo mundo sin aviones afectar a las personas en todo el planeta?
La vida diaria de muchas personas no estaría afectada, por lo menos no directamente. Solo 11% de la población global tomó un vuelo en 2018 y máximo un 4% tomó un vuelo internacional. Incluso en Reino Unido, más de la mitad de la población no voló en un año, aun antes de la pandemia. Alrededor del mundo, la mayoría de los vuelos fueron ocupados por una pequeña minoría de viajeros frecuentes.
«Con base en eso, no afecta para nada a mucha gente», señala Stefan Gössling, un investigador de aviación de la Universidad Linnaeus, en Suecia. «Tuvimos un período de casi cero vuelos (debido a la pandemia de covid-19) y creo que lo que aprendimos es de lo que podemos prescindir».
Los aeropuertos enmudecerían, aportando alivio a quienes viven cerca y han sido impactados por el ruido. En cuestión de días, los elevados niveles de contaminación alrededor de los aeropuertos también bajarían, con el beneficio colateral de una reducción en el riesgo para la salud de males como el asma y enfermedad coronaria dentro de la población local.
Las personas con casas en dos países tendrían que rápidamente escoger dónde querrían vivir, mientras los que vuelan frecuentemente en viajes de fines de semana o de vacaciones también enfrentarían un gran cambio en estilo de vida.
Las vacaciones necesariamente tendrían que tomarse en lugares accesibles por tren, autobús, automóvil y ferry, llevando a la gente a quedarse en su ciudad o ir a países cercanos.
Los países con un déficit de turismo -o sea con gente de un país que gasta más en unas vacaciones extranjeras que los turistas que visitan ese país- se beneficiarían. China, que tiene el déficit de turismo más grande del mundo, y Reino Unido, cuyo déficit de turismo fue de US$42.000 millones en 2019, estarían entre los ganadores económicos (aunque el gobierno británico estima que la industria de la aviación contribuye por los menos US$27.000 millones a la economía del país).
A su vez, eso conduciría a mejores oportunidades de esparcimiento para los lugareños de estas economías, proveyendo nuevos empleos, indica Cairns. «Si lo conviertes en un lugar atractivo para visitar dentro de población de tu país, probablemente también significaría que los residentes locales ofrecerían mejores servicios e instalaciones».
Pero otros países sufrirían un duro golpe, especialmente las islas que dependen muchísimo del turismo y son en gran parte solo accesibles por avión. La gran caída de viajeros en 2020 puso en peligro más de 100 millones de empleos, muchos de los cuales fueron eliminados permanentemente.
«Habría problemas resultantes al parar los viajes aéreos de la noche a la mañana, pero yo pondría esto de primero en la lista», opina Leo Murray, director de innovación de la organización benéfica para el clima Possible. «Es probablemente lo más importante porque hay una gran cantidad de personas que tendrían que buscar una nueva manera de ganarse la vida».
La paralización de todos los aviones también afectaría a 11 millones de personas en todo el mundo que trabajan directamente en la industria de la aviación, como los operadores de control, puestos de aduana e inmigración, asistentes de vuelo, pilotos e ingenieros. 18 millones de personas más que trabajan en empresas indirectamente sostenidas por la aviación, como proveedores de combustible y centros de asistencia telefónica también enfrentarían desempleo.
Otra dificultad la enfrentarían las personas que viven lejos de sus seres queridos y familias. «Probablemente el aspecto más comprometido es las visitas a la familia y amigos», dice Cairns. «Creo que eso causaría el mayor dolor».
Malithi Fernando, una analista de políticas del Foro Internacional de Transporte, cree que muchas personas terminarían viviendo más cerca de la gente que visitan con frecuencia. Muchas se reubicarían cerca de sus seres queridos, lo que requeriría lugares de trabajo más flexibles que permitieran el trabajo a distancia y más tiempo para desplazarse, expresa.
Las metas climáticas corporativas experimentarían un impulso instantáneo a medida que los viajes de negocios se acaben: 90% de las emisiones actuales por los viajes de negocios vienen de la aviación. La asistencia a conferencias y reuniones empresariales en otros países se volverían la excepción, con las reuniones virtuales siendo el estándar. Pero los proyectos que requieren visitas presenciales tendrían problemas ajustándose.
Algunas cadenas de suministro también se verían interrumpidas: apenas 1% del comercio global por volumen se transporta por aire, pero los productos que se envían por avión tienden a ser de mayor valor.
Algunas de estas cargas, como papel, libros impresos y repuestos de vehículos, se podrían transportar por barco, reduciendo sus huellas de carbono a una décima o vigésima parte de sus niveles anteriores, aunque las cadenas de suministro y los cronogramas necesitarían grandes ajustes.
Los surtidores y los consumidores se están acostumbrando cada vez a que los bienes de todo el mundo sean despachados en cuestión de días: un mundo sin vuelos extendería esos tiempos considerablemente.
El envío de comidas que van por avión también necesitaría ajustarse. Las 47.000 toneladas de pescado fresco o refrigerado que salen del aeropuerto Heathrow de Londres cada año, necesitarían congelarse si van a ser enviadas por barco. Frutas y vegetales frescos altamente perecederos como uvas, mangos y aguacates desaparecerían de los supermercados durante el invierno, con un aumento en el consumo de frutas congeladas. La disponibilidad de flores cultivadas en el exterior se desplomaría.
«Hay muchas cosas que se envían por aire debido a su corta vida de estantería y porque las queremos frescas en nuestras mesas», afirma Gössling.
Sin embargo, no veríamos grandes escaseces en supermercados o almacenes de ropa en un mundo sin aviones, asegura Fernando. «(Bienes al por mayor) se transportan mediante una red de suministro muy diferente, embarcados a través de océanos, y luego por carretera o rieles o barcazas y viaductos interiores. Así que en general, creo que el impacto a la carga sería menor».
No obstante, algunas cargas aéreas salvan vidas. El flete por aire se usa para enviar suministros médicos y farmacéuticos por todo el mundo. Fue crucial en el despacho de las vacunas durante la pandemia, por ejemplo. También se usa en desastres humanitarios para llevar alimento, agua y fármacos. Encontrar alternativas para el envío de medicinas susceptibles al paso del tiempo o suministros urgentes de comida por el mundo no sería fácil.
«Con más huracanes, tifones, y todo lo demás causado por el cambio climático, obviamente esto no va a desaparecer, y podría convertirse en un problema creciente», argumenta Cairns.
Viajar lejos en un mundo sin aviones
Un mundo donde los vuelos cesen abruptamente crearía muchas complicaciones para los viajes. «Hacerlo ‘de repente’ siempre es malo para la gente porque la fuerza a tomar decisiones y todo se trastornaría mucho», dice Gössling. «Así que si realmente cambian las cosas de la noche a la mañana, será difícil».
La aviación tiene una combinación única de dos factores que no se ven juntos en ninguna otra forma de transporte, señala Fernando. Primero, es rápida, tanto en términos de su velocidad y capacidad de ir directamente de A hasta B, fácilmente sobrevolando mares, montañas y lagos. Segundo, contrario al ferrocarril y la carretera, no necesita una infraestructura implantada en la ruta entre dos destinos, así que requiere menos inversión inicial.
La mejor alternativa a los aviones cuando se trata de rapidez es el tren de alta velocidad -trenes con velocidades promedio de 200 km por hora. «Es la única manera que podemos mover un gran número de personas a gran velocidad a través de largas distancias a precio razonable», dice Gössling.
China es el líder indiscutible del ferrocarril de alta velocidad, con más de la mitad de la vías férreas de gran velocidad del mundo -unos 40.000 km- con planes de aumentarlas a 70.000 km para 2035. La ruta más larga de China es de casi 2.300 km, entre Pekín y Guangzhou, una distancia similar a la de Nueva York a Miami, o la de París a Tallin, con un tiempo de viaje aproximado de ocho horas.
«(China) ha hecho un gran trabajo en términos no solo de establecer vías férreas de alta velocidad, sino también en términos de crear unas de las mejores en el mundo, sin vibraciones, que son realmente cómodas en términos de transportar gente a altas velocidades por el país», añade Gössling.
Japón, Europa y Corea del Sur también tienen redes de ferrocarriles bastante sólidas. Estados Unidos, sin embargo, todavía no ha completado una sola línea férrea de alta velocidad.
Un reciente análisis de Consejo Internacional de Transporte Limpio (ICCT, por sus siglas en inglés) encontró que aun hoy en día, casi 26% de los vuelos en EE.UU. podrían ser sustituidos por automóviles, autobuses o trenes de alta velocidad.
Otro 28% de los vuelos podrían en teoría ser sustituidos por trenes de alta velocidad, pero se encuentran en centros urbanos menos poblados, lo que significa que muy poca gente los tomaría para que la inversión en la infraestructura ferroviaria de alta velocidad valiera la pena, dice Sola Zheng, una investigadora del ICCT que hizo el análisis.
En un mundo sin vuelos, sin embargo, habría mayor voluntad entre los políticos y los contribuyentes para construir ferrocarriles de alta velocidad, así como para una mejor tolerancia de viajes más largos, afirma Zheng.
La atención a los trenes ultrarrápidos también aumentaría. Actualmente, el tren más rápido del mundo, el Shanghái Maglev, tiene una velocidad comercial máxima de 460 km por hora y en Japón se está construyendo uno más rápido de levitación magnética, que alcanzaría una velocidad máxima de 505 km por hora.
Por supuesto, hay un hueco evidente en el que el ferrocarril y la carretera no podrían ayudar: los viajes a través de mares y océanos. En un mundo sin vuelos, la principal alternativa serían los barcos: ya se utilizan para mover la gran mayoría de la carga mundial
Viajar de Inglaterra a Nueva York en barco lleva unas siete noches; los viajes más lejanos requieren semanas. Los viajes personales de este tipo caerían en picado, y la gente sólo estaría dispuesta a emprenderlos por razones únicas o con muy poca frecuencia. «Me resulta difícil imaginar que el transporte de pasajeros en el extranjero se convierta en algo muy popular, a menos que se produzca algún tipo de cambio en el estilo de vida», afirma Fernando.Reducción de vuelos
Es poco probable que alguna vez nos despertemos en un mundo sin aviones. Y no nos gustaría: la aviación ha unido culturas, ha impulsado nuevas experiencias y viajes y proporciona medicamentos urgentes, ayuda humanitaria y apoyo a las personas necesitadas.
Pero el enorme impacto climático de los vuelos y la dificultad de descarbonizar el sector a corto y medio plazo plantean la cuestión de si deberíamos centrarnos más en otras formas de viajar, además de evitar los viajes de larga distancia cuando realmente no necesitamos hacerlo.
Para 2030, el mundo debe reducir las emisiones anuales de gases de efecto invernadero unas 25 veces menos que las emisiones actuales de la aviación, esto además del compromiso de los gobiernos de limitar el calentamiento global a 1,5 °C. Eliminar la aviación sería una contribución pequeña pero significativa para cerrar la brecha entre nuestras emisiones actuales y donde debemos estar.
Si la industria de la aviación comienza seriamente a descarbonizar los aviones, en última instancia podemos esperar pasar a un mundo donde los trenes y aviones con cero emisiones de carbono sean igualmente comunes. Sin embargo, por ahora, reducir los vuelos tanto como sea posible sigue siendo nuestra mejor opción para limitar el gran impacto climático de este sector.