📷 La rabia es una de las emociones que, por lo general, más cuesta a los padres.
La psicóloga Isabel Rojas Estapé presenta la tercera entrega de la saga “La neurona exploradora” dedicada a unas de las emociones ante la que los padres se encuentran muchas veces sin herramientas: las rabietas.
Isabel Rojas desgrana “Hay fuego en mí” (Timunmas, Planeta) un cuento recomendado a partir de 4 años, que ayuda a los niños a entender mejor qué ocurre cuando tienen rabietas. También incluye información necesaria para los padres.
“Lo que he intentado es ayudar a los padres a que enseñen a sus hijos desde que son muy pequeños a saber que no pasa nada si las cosas salen mal, que no pasa nada si nos dicen que no. De la importancia que tiene la resiliencia, es decir, la capacidad para poder sobreponernos de esas cosas que nos ocurren más negativas”, afirma la psicóloga.
Una emoción básica
Isabel Rojas explica que las rabietas son la emoción básica que se siente cuando las cosas no salen como queremos. Y es a partir de los dos años, aproximadamente, cuando despiertan en los niños, ya que su neuroplasticidad cerebral es “enorme” y empiezan a darse cuenta de que pueden conseguir lo que quieren y controlar las cosas.
“De esa necesidad de control, lo que subyace es esa poca tolerancia a la frustración, esa poca tolerancia a que las cosas no salgan como yo quiero y, por tanto, esas rabietas que salen en los niños pequeños de ‘quiero que esto se haga así, y quiero conseguir esto y lo quiero de esta forma’”, continúa Isabel Rojas.
En el cuento, que salió a la venta el pasado 25 de marzo y al que preceden dos -sobre la tristeza y la alegría- de una saga de cuatro (el último será sobre el miedo), la psicóloga ahonda de nuevo no solo en las emociones, también en la neurociencia, que explica a la infancia de una manera sencilla.
La protagonista de la saga, Cris, tiene en esta ocasión varios momentos malos porque sus amigas no quieren jugar a lo que ella propone. Además, no quiere tomar la comida que ese día hay en el comedor del cole. De la mano de “Neurita”, la otra protagonista, que es una neurona, va explorando la emoción de la rabia y cómo puede controlarla.
¿Qué podemos hacer?
“La rabia es una de las emociones que, por lo general, más cuesta a los padres. Es una de las emociones que, efectivamente, se le da más importancia a día de hoy, porque es en la que los padres nos encontramos muchas veces sin herramientas para poder ayudar a nuestros hijos y al mismo tiempo ayudarnos a nosotros mismos a gestionarla”, incide Rojas Estapé.
La psicóloga durante la entrevista. EFEsalud/bpc
Cuando el niño tiene una rabieta, no puede razonar, su corteza prefrontal -su capacidad de controlar los impulsos, de razonar y atender- está hipoactivada, es decir, “en mínimos”, mientras que la amígdala, que es el “centro rector de la emoción está a lo bestia”. Así, se dan los dos ingredientes perfectos “para una explosión”.
“Lo primero que tenemos que hacer es coger al niño, mirarle a los ojos y expresarle algo de emoción y decirle ‘oye, cariño, te quiero, te quiero muchísimo’ y una vez generada esa emoción, empiezo a razonar: ‘como te quiero muchísimo esto no te lo puedo dar”, explica sobre las rabietas Isabel Rojas.
Y lo ideal es hacerle razonar de forma divertida y agradable, porque contribuye a que el niño se desbloquee.
En este sentido, apunta que muchos padres y madres le dicen en consulta que se están convirtiendo en “pequeños payasos”, a lo que ella responde que es cierto, pero es la forma que a día de hoy ella recomienda para ayudar a los niños a salir de ese momento malo.
El “hijo tirano”
“Insisto muchísimo en que hay que aprender a decir que no, pero cuidando las formas, cuidando el no gritar, en no sacar nuestra peor versión, pero al mismo tiempo hay que saber poner límites, porque si no, luego tenemos niños que hacen lo que quieren, cómo quieren y cuándo quieren”, abunda Isabel Rojas Estapé.
Y es que, prosigue la psicóloga, desde hace unos años existe la figura del “hijo tirano”, que es aquel que manda en casa, que hace que todo gire en torno a él.
Por eso, subraya que los padres son los primeros educadores. La familia es el núcleo de donde el niño aprende y los padres tienen que ser conscientes de eso. “Somos los primeros que también tenemos que educarnos un poco (…) los niños aprenden mucho más por imitación que por lo que le vayamos diciendo que tiene que hacer”, incide.
Isabel Rojas con su nuevo libro. EFEsalud/bpc
Por eso, resalta la importancia de saber manejarlas: “Si nosotros estamos constantemente evitando las rabietas a nuestros hijos o si no les enseñamos a gestionarlas, luego se convierten en personas que les cuesta muchísimo tolerar la frustración”, recalca.
Y no tolerar la frustración también les hace muy difícil aceptar el dolor, las “microcosas negativas”. El resultado es que el cuerpo está evitando constantemente el dolor y buscando el placer. Esto provoca, según la psicóloga, que en la adolescencia se llegue a un punto de que nada les llena, ni les gusta, “caigan en un vacío existencial muy grande” y puedan aparecer las ideas autolíticas.
El poder del abrazo
Para manejar la rabia, la psicóloga también es muy partidaria de los abrazos, porque ayudan a bajar la intensidad en momentos en los que los receptores de la piel están en tensión.
“Yo abogo mucho porque nos volvamos a tocar. Somos cabeza, corazón y cuerpo. Cogernos de la mano, abrazarnos. Es lo que hace que al final, insisto, uno esté sereno, se sienta querido. El contacto nos ayuda a bajar esa intensidad emocional tan negativa que nos hace sufrir tantísimo y en los niños se nota muchísimo”, agrega Rojas Estapé.
El peligro de las pantallas
Precisamente por eso es crítica con las pantallas, porque si bien han llegado para quedarse y han ayudado en “muchísimos momentos a estar conectados con personas que están lejos”, favorece que no tengamos contacto directo con las personas que tenemos a nuestro alrededor, hacen que “no nos miremos a la cara”.
“En psicología se sabe que en el momento en que tú miras a alguien a la cara a los ojos, se produce lo que se conoce como la sincronía emocional, es decir, nuestros hemisferios derecho conectan el tuyo y el mío, y esto hace que uno se sienta más comprendido, más aceptado, menos juzgado”, indica.
También considera que éstas como instrumento de aprendizaje no son la mejor opción porque tienen una serie de “inputs” como el sonido y el movimiento que hace que uno atienda a la pantalla.
Lo que ocurre, prosigue, que como la corteza prefrontal aún no ha madurado, en el momento en el que el menor tenga que estar mirando un papel, que no tiene ni luz ni sonido ni movimiento “le va acostar muchísimo atender”.
Por eso, de nuevo insiste, “las pantallas, cuanto más tarde, mejor”.