¿Qué nos espera?

¿Qué nos espera?

¿Qué nos espera?

Roberto Marcallé Abreu

Una hermosa metrópoli: edificios de arquitectura ultramoderna y de un aspecto fascinante. Inmensos paseos arbolados. Aceras amplísimas, cadenas de tiendas con nombres de marcas universales, sofisticados letreros, vitrinas inmensas y una pasmosa exhibición de artículos de lujo…

Esta es una imagen sobre cómo algunos arquitectos conciben lo que, en unos años, será Santo Domingo, partiendo de lo que somos actualmente. Contados profesionales, no obstante, proyectan en lo que nos convertiremos en muchas otras manifestaciones. Porque no se trata, solo, de levantar por doquier muros de cemento.

Ya mismo, las viviendas para sectores no pudientes resultan cada vez más caras y difíciles, pese a programas como la “Ciudad Juan Bosch”, “La Barquita” y los proyectos que, se espera, sustituirán los barrios en desalojo construidos bajo el puente de la 17. El énfasis de la construcción privada se ha centrado en proyectos para otras clases sociales.

Una parte considerable de las personas que residen en poblaciones y campos del interior, es la realidad comprobada, habitan en casas medianas y pequeñas, o casuchas de mal vivir, no todas ellas con servicios.

Carecen de calles en buen estado, carreteras y caminos vecinales dignos. Diariamente, se producen decenas de protestas en todo el país por la falta de un acueducto, el deficiente servicio de electricidad, la inseguridad, los robos y asesinatos, el desempleo, la falta de escuelas.

Mientras el “desarrollo vertical” recibe calificativos encomiables, hay una generalizada inconformidad debido a la inexistencia de una justicia eficaz e independiente, programas de desarrollo que se correspondan con las necesidades de salud, educación, bienestar, progreso sostenido, preservación de los valores de nuestra nacionalidad y nuestra cultura y una cotidianidad no tan opresiva como la que actualmente sufrimos.

El ciudadano es testigo consuetudinario de aterradores niveles oficiales y privados de corrupción, una masiva y al parecer incontrolable presencia haitiana, graves conflictos políticos fundamentados en la ambición, el pandillerismo, alzas de precios, tráfico y consumo de drogas.

Gustavo Volmar escribió días atrás que “en República Dominicana se observa un marcado deterioro de la fe en las tradiciones familiares”. Refiriéndose al estado general de salud de las personas, Myrna Font, directora del Servicio Metropolitano, expresó que “los hospitales del Gran Santo Domingo están abarrotados de pacientes, tanto por el dengue como por infecciones respiratorias”.

De acuerdo con el Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica, la leptospirosis (contacto humano con la orina de ratas), “mata más gente que el dengue”.

El país ocupa uno de los primeros lugares en el número de muertes por accidentes de tránsito y embarazos infantiles. Una mayoría de los niños haitianos nacidos en el país tiene sida. No extraña que un hijo asesine a su padre o a su madre. Acción para la Educación (Educa) “deplora que la inversión del cuatro por ciento no haya impactado en la enseñanza escolar”.

Monseñor Jesús Marte declara, estremecido, que la sociedad dominicana evidencia “una descomposición social a todos los niveles”. Raymundo Fernández, empresario, mata a su esposa Anibel González y luego se suicida.

En Villa Duarte un hombre mató su hijo, a un técnico y luego se mató. Se desconoce el porqué.

A estas fechas David Ortiz ignora las razones por las cuales tuvieron a punto de quitarle la vida. Ese es el ambiente en que vivimos.

En lo que va de año, nuestra moneda ha perdido un dos por ciento de su valor. Pese a esta realidad, para algunos resulta “un ejemplo” nuestro fabuloso desarrollo vertical.
¿Qué clase de desarrollo hubiera elegido usted? Mejor, aun: ¿qué nos espera en unos cuantos años?



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