Ayer leí en la prensa cómo una madre y dos hijos fueron rociados con querosén y quemados vivos en la India, por una supuesta falta de pago de una obligación legal.
Algunos podrán pensar que eso está muy lejos para que nosotros aquí, en esta bella isla tropical, nos preocupemos por ello.
Pero sucede que antenoche también tuve oportunidad de ver en la televisión cómo, en el vecino Haití, o sea en la misma bella isla tropical, una multitud roció con gasolina a dos jóvenes supuestamente ladrones y les prendió fuego en medio de la algarabía colectiva.
Lejos o cerca de donde nos encontremos, los dos casos de referencia son la misma salvajada. ¿Cómo y por qué se llega a esos extremos? Sin ánimo de justificar tal atrocidad, sostengo que es una forma de hacer justicia cuando la Justicia (sin comillas) no funciona. Es decir, cuando reina la impunidad.
Eso me asusta. Porque aquí entre nosotros, en esta bella isla tropical, proliferan los más irritantes casos de corrupción y privilegios flotando en un mar de impunidad, y el día menos pensado el estatu-quo podrá perder el equilibrio y a Dios que reparta suerte.
Como somos muy amigos de imitar lo que sucede en otros países, ojalá que esta moda de quemar a la gente no se nos pegue, tal como parece estar sucediendo con los linchamientos, que suceden ya aquí con mucha frecuencia.
Pero de buenos deseos está empedrado el camino hacia el infierno, de modo que ya los buenos deseos no bastan. El remedio está, pues, en desterrar la impunidad, fortaleciendo la Justicia y respetando su independencia presupuestaria. No hay de otra.