¿Qué hacemos con el empleo?

Todo ser humano está llamado a ser productivo, si no vivirá en la miseria o peor fallecer en el intento. Esa es ley de vida desde que el homo sapiens evolucionó de su estado primitivo hasta la figura actual. Y esa productividad toma dos formas esenciales. Uno es la del independiente, profesional o no, y la otra de empleado.
En nuestro país la mayoría de los productivos son independientes. Algunos agricultores, otros artesanos, motoconchistas, trabajadores de la construcción u otros oficios, incluyendo profesionales de diferentes ramas como el derecho, la ingeniería o medicina.
En si esta condición no es criticable, sólo que la inmensa mayoría de estos independientes se ubican en la categoría de informales. Eso implica que evaden sus responsabilidades fiscales, incumpliendo sus obligaciones tributarias y esquivando sus compromisos patronales para con sus empleados. Una amenaza muy seria a la coexistencia social, por cuanto una minoría con el pago de sus impuestos, mantendría los servicios públicos a una mayoría informal.
La otra categoría son los empleados, cuya mayoría percibe ingresos muy bajitos con relación al conjunto de productos y servicios considerados esenciales para la subsistencia de un hogar digno. Además, crecen muy poco. Sólo en el primer trimestre entre el 2024 y 2025, la cantidad de ocupados creció en un 2.5 %. Y peor aún, el 27 % correspondió a empleados públicos, contribuyendo con ello al gigantismo ineficiente de nuestro Estado actual.
Sin dudas la realidad del empleo requiere con sentido de urgencia repensar las políticas que influyen en su creación y desarrollo. El tema de la ausencia de un vigoroso plan de inversión pública como consecuencia de los continuos déficits fiscales debe ser también prioritario en la agenda nacional.
Así mismo, la rigidez laboral e impositiva son otros factores determinantes para enfrentar y resolver. La nación no puede considerarse en vías de desarrollo sin antes resolver estos desafíos del empleo.