La furia de dos huracanes estuvo a punto de sumirnos, como territorio insular, en un estado calamitoso. Pero afortunadamente, tanto Fred como Grace, terminaron degradados y pasaron como tormentas tropicales.
Aun así dejaron secuelas que se deben afrontar cuanto antes.
Una parte importante de la población se encuentra en estado muy vulnerable. Más de medio millón de personas resultaron afectados por las crecidas de ríos que obligaron al cierre de una parte del sistema de acueductos, fruto de las intensas lluvias en diversas provincias.
Hay una cantidad considerable de viviendas afectadas, carreteras dañadas y puentes destruidos, pero, sobre todo, muchos ciudadanos alojados todavía en casas de familiares, amigos y refugios improvisados.
De igual forma, para el inicio del año escolar hay que tomar en cuenta las escuelas y las calles de acceso a dichos planteles que resultaron afectadas.
Otro tanto que lamentar pasará con la agricultura, cuando se hagan los estimados correspondientes.
De nuevo los residentes en zonas de alto riesgo son los más afectados. Una vez más, aun con los planes de previsión de las autoridades, habrá que salir en auxilio de gente que habitan próximo a ríos, arroyos y cañadas, que hace tiempo debieron ser reubicados.
Otra vez, por la sorpresa de los meteoros, hay presupuestos que no estaban contemplados y deberán ser invertidos ante la magnitud de la destrucción y las imperiosas necesidades que se van visibilizando en la medida que pasan los días.
La ayuda, ante una aparente situación de normalidad, debe llegar a dichas comunidades afectadas, pero debemos aprender de este nuevo cuadro de calamidad, que deja el país seriamente vulnerable.