Desde hace unos 30 años veo críticas contra el profesorado y el magisterio dominicano y en ocasiones hasta la propuesta de importar refuerzos. Si hago un poco de arqueología personal tal vez encuentro algunos aportes míos a esos mares de tinta y de palabras, pero al día de hoy veo este asunto desde una perspectiva diferente.
La educación dominicana está siendo más afectada por los cambios, la autopercepción, las vías de la descomposición y estilos de vida aceptados por la mayoría que por la calidad de los profesores, que no es mala.
Empiezo por la familia, que hasta los días clave de la adolescencia de muchos críticos de hoy, hace cincuenta años, estaba organizada alrededor de una madre presente en el hogar, guardiana de los valores familiares y comunitarios, fuente permanente de afecto, seguridad, “atención primaria” y auxiliar de la escuela como acompañante o vigilante de las tareas, porque quería que sus hijos aprendieran lo que se les estaba enseñando, no cosas de su interés particular y de sus cómplices adolescentes.
Ya no es así en la parte más extendida de la población. En el mejor de los escenarios la mujer fue ganada para la centrífuga económica y social de estos tiempos y eso no puede ser cambiado. En el peor de los casos la mujer debe trabajar porque está sola o es parte de la deriva callejera de los barrios.
La independencia o suficiencia económica de la mujer es un cambio positivo. Pero como nada se da de gratis en la vida, el precio ha sido un cambio de efectos brutales. Niños y adolescentes están a cargo de guarderías, asistentes hogareñas y las extendidas fuentes de difusión de contenidos al alcance de todos, a veces puestos a caminar por enfermos morales y en ocasiones con el único propósito de generar tráfico en las redes de la Internet.
Al maestro, hasta aquí, se le sigue pidiendo resultados como en los tiempos de familias estructuradas, con la madre como eje en el hogar, que invertían tiempo e interés en la dotación intelectual de sus hijos.
En la base social
En los extendidos sectores grises o marginales abunda la familia monoparental, sin el apoyo que encontraba esta condición en el pasado con la familia extendida.
Este rol es cubierto hoy por un vecindario urbano hecho de precariedades, de multiplicidad de inclinaciones morales y con un bajo nivel de compromiso frente al niño/adolescente que le ha sido encargado por una madre empleada, obrera o trabajadora por cuenta propia que debe agonizar por el pan de cada día.
Con el material generado por una sociedad en la que confluyen estas tendencias y características debe tratar el magisterio nacional, sin contar con el peso de la vigilancia de instituciones y de entidades de la denominada sociedad civil, que critican mucho… mucho.
Ninguna atención ni dinero destinado a la escuela y a la educación es demasiado ni es perdido, incluido el de los sueldos de profesores y maestros.
A la sociedad dominicana, con una educación masificada, no le falta presión contra el magisterio; le falta, esto sí, un enfoque crítico sobre las comunidades de donde llegan los estudiantes, de qué están hechas, cómo funcionan y cuáles son los vicios que generan en el niño/adolescente, de manera de compensar y reorientar en la medida en que esto es posible desde el aula.
Le falta hacer conciencia en los padres —allí donde sólo hay uno o donde hay pareja— de las implicaciones del entorno de los hijos como fuente de enseñanza y de la importancia de la escuela como instrumento para la dote mental, pero también de la importancia del maestro, un servidor público que cuando es llevado ante un juez suele ser por acoso sexual, no por ladrón.
Otro elemento a considerar
El principio de autoridad debe ser valorado. Es la base del cumplimiento de reglas que permiten una convivencia fluida y organizada. Hoy día, desde abajo hasta arriba, las reglas son puestas a un lado y esto tiene efectos en el material con el que trabaja el maestro.
Un hogar sin el padre puede ser hoy día una causa de adultos para quienes el principio de autoridad y el deber de la consideración no existen, y esto puede ser replicado lo mismo en el aula que ante una autoridad pública, sea policía, el Estado mismo, o el maestro.
¿Con cuántas personas tiene que vérselas un profesor cada día en el aula con la inclinación a ignorar las normas, la autoridad y el derecho?
La música popular, la radio y la Internet son fuentes de un griterío ensordecedor, de groserías, desconsideración… ¿influye esto en las tendencias de la sociedad de nuestro tiempo? Creo que sí.
Y asumo un poco más: la manera caótica de conducirnos en las vías públicas y de utilizarlas como propiedad personal encuentran su justificación en estos comportamientos públicos.
Con el producto de nuestro tiempo tiene que vérselas el maestro y el profesor en las aulas sin una Administración en condiciones de diseñar programas educativos centrados en la realidad.
La sociedad ha cambiado, el maestro no puede hacer milagros.