Por: Rafael García Romero
Santo Domingo.-La lectura de la novela “El amante de Lady Chatterley”, a los 15 años, la lleva de manera abrupta al mundo de los adultos.
Vuela hacia Cuba en la década del 70; y su viaje por razones académicas se convierte en un exilio cultural. Allá, en La Habana, trabaja en Casa de las Américas, centro cultural de gran importancia, entonces, para el continente y la región del Caribe, nada menos que al lado de Haydée Santamaría, su directora legendaria y emblemática.
Ella cuenta ese momento: “Juan Bosch, que me quería muchísimo, en un papel de hilo azul bellamente escrito a manos, me dio una carta para Haydée Santamaría, que dirigía Casa de Las Américas, una institución donde está la crema y nata de la literatura latinoamericana”.
En la carta, Bosch ponderaba las cualidades de Soledad y decía que sería una gran escritora y que él quería que ella me ayudara y que me diera entrada a Casa de Las Américas.
A su regreso al país, la vida le entrega un regalo de sueños: su primer trabajo de planta en el suplemento cultural Isla Abierta del periódico Hoy, al lado del poeta y pianista Manuel Rueda. Y junto a él, trabajando y animado por Manolo, como ella le llama todavía al bardo autor de “Pluralemas”, publica su segundo libro que se hará memorable: “Las estaciones íntimas”.
“Autobiografia del agua”
El libro constituye un eslabón más en esta cadena de primicias, ya que con “Las estaciones íntimas” gana su primer premio nacional de poesía. De nuevo lo ganaría con “Autobiografía en el agua”, en este año.
Una de las novedades que iluminan la vida de Soledad Álvarez, con la luz de mil soles, es la presencia de Pedro Henríquez Ureña, a quien conoció, a través de sus textos, no en República Dominicana, sino en Cuba. Tanto impactó su vida que cambió el tema de su tesis por una mirada a la obra del segundo hijo de Salomé Ureña, la educadora y poetisa dominicana que revolucionaría la enseñanza femenina en el país, y quien graduó en su escuela la primera camada de maestras normales del país.
Esa tesis de grado terminó convirtiéndose en el libro de ensayo “La magna patria de Pedro Henríquez Ureña”.
Y precisamente, la última obra poética de Soledad Álvarez se titula “Autobiografía en el agua”.
Orlando Martínez está en el libro: el periodista, el compañero de trabajo, el amigo. Ahí, entre sentimientos de pena o tristeza, remonta estatura.
Entre giros poéticos se levanta una historia, un testimonio que cabalga entre versos, un balance de lo que pasó y nunca debió ser.
Ella se acerca a Molina (a quien llama, constantemente Rafelito), y empieza a leer. Ninguno de los dos se imaginó este momento, en el moderno salón de conferencias del matutino EL DÍA, con el hombre que fundó “El Nacional”, donde trabajó el periodista Orlando Martínez hasta su último suspiro.
El verso de la poetisa, muchos años después, trae el pasado al presente.
La lectura de “Oblación inútil (1975)” termina con un aldabonazo… Y todos, Molina, German Marte y yo, escuchamos estos versos: “Mi amigo, / que ignoraba la muerte y sonreía a lo terrible a pesar/ de la muerte y lo terrible, fue asesinado. / No cabe en la Historia el dolor, / ni en el poema tanto heroísmo inútil”.