Estamos otra vez ante el mismo escenario de todos los años: como si fuera por arte de magia, el jefe de turno mete la mano en el sombrero que antes estaba vacío y de repente, ¡oh, sorpresa!, saca 20 mil nuevos policías para reforzar el patrullaje antidelictivo en las ciudades.
Ya antes habíamos asistido a este acto de prestidigitación, y en cada oportunidad, como ahora, vuelvo a hacerme la misma pregunta: ¿dónde se ocultan, entre enero y noviembre de cada año, esos 20,000 agentes que solamente existen en el mes de diciembre? ¿Dónde los entrenan? ¿Por qué no siguen patrullando en enero, febrero, marzo, etcétera?
Realmente, no lo entiendo. Por eso digo que se trata de un magnífico truco, digno de los mejores magos que cautivan a la chiquillada en los circos que deambulan por el mundo.
Una buena explicación generaría que la población tenga más confianza en la Policía Nacional.
Del mismo modo, una mala explicación alejaría la posibilidad de que la ciudadanía coopere con el cuerpo de orden.
Y el silencio, en caso de que se prefiera no decir nada al respecto, tendría que ser interpretado como si alguien dijera: Y a usted, ¿qué le importa? Nosotros hacemos lo que nos da la gana.