La impunidad de que gozan los más osados para cometer crímenes y robos espectaculares en la sociedad dominicana no tiene límites, pero sí tiene explicación. ¿Cuál? Pues esta no puede ser otra que la complicidad, y en el mejor de los casos la negligencia o la idiotez.
¿Cómo, si no fuera así, explicar el robo de las luces del aeropuerto María Montez, de Barahona? Si las autoridades responsables de la seguridad y vigilancia de ese aeropuerto no fueran cómplices o idiotas, a estas horas estaría to el mundo preso, mientras se investiga con seriedad el asunto.
Aquí los ladrones se roban todo y nunca les pasa nada, porque parece que son socios de los llamados a evitar esos hurtos.
Una vez se robaron la tarja que cubría los restos de Alonso de Ojeda, en la entrada a las ruinas de San Francisco; varias veces se han robado el machete de bronce que blande Máximo Gómez en la estatua en su honor; a cada rato se roban las tapas del alcantarillado público y las letras de bronce que identifican los distintos monumentos conmemorativos de la ciudad; hace poco se robaron una pieza valiosa del museo del Faro a Colón;
no olvidemos los perennes robos de alambres y cables de los sistemas eléctricos y de comunicación; ni las partes metálicas de las torres que soportan los alambres de alto voltaje de las llamadas autopistas eléctricas; y más recientemente el espectacular robo de un avión.
¿Cuántas personas han sido sancionadas por estos delitos? Muy pocas. Y como la impunidad es un estímulo para seguir cometiendo fechorías, preparémonos para cosas mayores.
A menos que los altos estamentos del poder se decidan a no seguir tolerando las complicidades de los organismos correspondientes.