Llama la atención la rara seguidilla de la violencia que a lo largo del mes ha segado la vida de ocho miembros de cuerpos militares y de la Policía Nacional.
Estos hechos han tenido lugar en el particular período de fin de año, lo que puede llevar a vincularlos con la multiplicación de todo, lo bueno y lo malo, propio de estas fechas festivas, no por la Navidad en sí, sino por el extra de dinero en manos de la gente.
Algunos casos, vistos por la circulación de vídeos en redes y grupos de internet, permiten descartar desde fuera una escalada de la violencia impulsada por la actividad de bandas.
Lo ocurrido en Baní, donde fue ejecutado un suboficial de la Policía Nacional que en la persecución de dos supuestos asaltantes fue herido por uno de ellos y al caer al pavimento fue rematado, una acción inesperada de parte de rateros a los que se les presume más interés en escapar de una persecución que de involucrarse en una pelea a vida o muerte.
Con relación a otros casos no se puede decir lo mismo, pero de todos modos parece arriesgado valorar estos hechos como parte de acciones sistemáticas de grupos armados.
Es el caso en el que fue baleado un segundo teniente de la Policía en Villas Agrícolas que se proponía recoger a unos niños estudiantes cuando fue acribillado por cuatro personas.
En declaraciones dadas ayer la ministra de Interior y Policía, Faride Raful, hizo un llamado a la convivencia ciudadana, lo cual parece oportuno.
De todos modos, cualquiera puede sentirse inclinado a poner en duda que quienes han escogido formas desviadas de vida estén en condiciones de entender y de acoger este tipo de exhortaciones.
No se puede, sin embargo, perder la esperanza.