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Presencia y actualidad de Manuel Rueda

José Alcántara Almánzar Por José Alcántara Almánzar

Durante casi medio siglo Manuel Rueda ocupó todos los espacios de nuestra cultura, debido a una vitalidad y riqueza sin precedentes en la historia del país.

Nunca antes habíamos tenido un artista de dimensiones universales, que evocara de un modo tan cabal a los grandes creadores del Renacimiento.

En su juventud adquirió una exquisita formación en Chile, donde pasó varios lustros perfeccionando sus estudios de piano, pero también absorbiendo los valores de una tradición cultural donde brillaban figuras como Claudio Arrau, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro, padre del creacionismo que le contagió su deslumbrante modernidad.

Todo eso explica que a su retorno al país cuando tenía treinta años, Rueda se convirtiera muy pronto en la primera personalidad de nuestro medio cultural, donde aún se sentían los efectos de la labor intelectual y artística de los refugiados que llegaron a nuestra tierra al término de la guerra civil española.

Desde el primer momento fue indiscutible su primacía en el arte de tocar el piano, que él elevó a niveles de excelencia desconocidos aquí por la belleza sonora, el sentido rítmico y la profundidad, entre otros atributos que hicieron memorables sus interpretaciones.

De Chile trajo Rueda “Las noches”, un libro que lo consagró como un eximio sonetista, y al que luego se añadirían poemas esenciales, como “La criatura terrestre”, del libro homónimo, una de las más altas expresiones de la poesía dominicana de cualquier época, y que culminó el año antes de su muerte con “Las metamorfosis de Makandal”, obra proteica, compleja y de múltiples significaciones que pocos conocen o han leído, único libro de poesía que hasta ahora ha recibido el Gran Premio “Don Eduardo León Jimenes” desde que fue creado.

Con “La trinitaria blanca”, Rueda inició su trayectoria de dramaturgo excepcional, con una obra dramática admirable por su estructura, perfección formal y hondura psicológica de los personajes.

Esa trayectoria teatral que incluye comedias y una obra para niños, “El rey Clinejas”, culminó con “Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca”, que triunfó en España sobre más de doscientas obras dramáticas al ser galardonada con el Premio “Tirso de Molina”.

Aunque parezca mentira, este drama histórico de altos quilates, cuyo texto mereció el aplauso general del jurado y de cuantos la han leído, espera todavía un montaje digno que le haga honor, a cargo de una compañía que sea capaz de transmitir toda la fuerza dramática que posee.

Rueda fue excelente folklorista (“Adivinanzas dominicanas”), agudo crítico literario, animador cultural en la Fundación Corripio y guía de generaciones en el suplemento “Isla Abierta” pero creo digno de resaltar su extraordinario trabajo narrativo contenido en sus cuentos y novelas cortas (“Papeles de Sara y otros relatos”), y sobre todo en “Bienvenida y la noche”, que cabalga entre la crónica y la ficción, sembrando en el espíritu del lector las amargas premoniciones de lo que sería la dictadura de Trujillo.

Me atrevo a decir que, pese su vigencia y actualidad, Manuel Rueda es un desconocido para muchos, lo cual no es de extrañar en un país como el nuestro, atrapado en la frivolidad y la intrascendencia.

El mejor homenaje que podemos rendirle con ocasión de la Feria del Libro de Santo Domingo que se le ha dedicado este año, es la atenta lectura de su legado literario.

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