En mis sesenta y pico de años dedicados al periodismo siempre le he huido al amarillismo, o sea al estilo sensacionalista en la presentación de las noticias al público.
Cuando los periódicos costaban diez centavos, se decía que una buena fórmula amarillista era dividir ese precio en cinco centavos de sangre, tres centavos de pornografía y dos centavos de calumnias. Otros eran más gráficos al afirmar que el periódico amarillo es el que chorrea sangre y morbo cuando se sujeta por una esquina con el índice y el pulgar a modo de pinza.
Modestia aparte, no creo que sea justo clasificar a este periódico EL DÍA como amarillo, por el hecho de publicar en su primera página de ayer un cuchillo ensangrentado. Sin embargo, no ha faltado un amable lector que admite estar indignado por la publicación de ese cuchillo, lo que califica de dantesco, morboso y espeluznante, entre otras cosas.
A pesar de todo, pienso que poner un cuchillo ensangrentado en la portada es lo menos que se puede hacer en señal de protesta, indefensión y alerta, en una sociedad donde cada día ocurren tantos crímenes verdaderamente horrendos sin que ningún valladar parezca ser capaz de ponerle fin.
Hay que repetir que no son los medios de comunicación los que cometen atracos, asesinatos, contrabandos, etcétera. Lo que hacemos los periodistas (no necesariamente amarillistas) es contar lo que pasa alrededor nuestro, para que todo el mundo sepa, por ejemplo, que ese cuchillo ensangrentado puede ser para cualquiera de nosotros si no estamos enterados de que hoy han sido otros las víctimas. No podemos pintar pajaritos volando ni princesas aladas mirándose al espejo, cuando a nuestro lado están cayendo otros, víctimas del crimen.
Lo siento mucho señor lector, cuyo nombre omito adrede, por respeto a usted mismo, pero no somos prensa amarilla por advertir la realidad que vivimos ni por reflejar las debilidades de nuestra sociedad.