Con este mismo título publicó un artículo el arquitecto Ernesto J. Armenteros en 1982, hace ya 31 largos años.
Hoy lo tomo prestado para encabezar estas notas, tristemente convencido de que tiene la misma validez que en aquel entonces.
Los lectores que se han tomado la molestia de ver esta columna de vez en cuando, habrán observado que muy raras veces abordo el tema de la política partidista. Y cuando lo he hecho, he puesto el mayor cuidado en no reflejar simpatía ni rechazo alguno por ninguna de las corrientes políticas que se disputan la atención ciudadana.
Pero esta vez se me hace difícil mantenerme alejado o indiferente frente al penoso espectáculo que protagoniza el Partido Revolucionario Dominicano, que -como escribía el citado arquitecto hace tres décadas- se entretiene echándose pestes a sí mismo en vez de jugar el rol que le corresponde como principal fuerza opositora de la nación.
Lo malo del asunto es que no hay que ser perredeísta para advertir que la pugna entre sus líderes le deja la cancha libre al gobierno para hacer y deshacer lo que le dé la gana, sin que haya una fuerza de equilibrio tan necesaria en toda sociedad democrática.
Sumo mi voz al coro que clama por un entendimiento entre los seguidores del jacho, para bien de todos. De no hacerlo así, y pronto, la Historia les pasará la factura.