No hay firmeza en la práctica profesional de la antropología forense en República Dominicana. En diciembre de 2014 viajé a la ciudad de Washington, Distrito Columbia, a visitar a mi padre, y a conocer al doctor Doug Ubelaker, antropólogo físico, del Smithsonian Institution, localizado en la avenida Constitution, alrededor del perímetro del National Mall, en dicha capital. No tuve suerte en dicho encuentro, a pesar de que le llevaba un saludo de uno de sus antiguos alumnos, el querido profesor Renato Rímoli, quien enseña antropología física y biológica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), mi antiguo profesor.
El profesor Douglas Ubelaker es uno de los precursores de la antropología física en la República Dominicana. Desde 1974, esta área de conocimiento ha estado íntimamente ligado a él, a su práctica académica, y de campo.
Aunque él mismo no se lo propuso, indirectamente sus ideas fueron utilizables en el ámbito de la antropología física, y hoy –tardíamente–, es lo más aproximado que tenemos para hablar de antropología física-forense.
Por sugerencia del profesor Rímoli, hago constar que los verdaderos maestros de la antropología forense de EUA del Smithsonian Institution, fueron los doctores D. T. Stewart, Lawrence Ángel y Donald Ortner, pero ellos no cuentan para nosotros.
Hoy no atenderemos la historia de la antropología forense, pero se sabe que desde 1909, en las Revistas Médica Dominicana y la Revista Farmacéutica, pueden leerse informaciones que atestiguan de un origen anterior; incluso, está registrado la primera Oficina de Dactiloscopia, organizada y dirigida de manera efímera por Joaquín G. Obregón García, un farmacéutico de la época.
La práctica docente de la antropología legal no marcha bien. Se sabe que empezó a tomarse en cuenta a partir de los 80, en la cátedra optativa de la carrera de Antropología, a cargo de una profesora de nombre Leonor.
No se imparte en la actualidad, es decir, que su evolución se detuvo. En la década de los 40, aparecen algunos trabajos de genética forense, en la Revista Médica Dominicana, y están desaparecidos los artículos antropológicos del doctor Lecha Marzo, un médico legal, quien sostenía correspondencia con un compatriota suyo, Obregón García, ya citado.
Posteriormente, con la llegada del Inacif (2004), el interés que se esperaba, increíblemente se diluyó, y no se ha incrementado ni en uno solo, los antropólogos que se necesitan, ni se han creado las estructuras físicas de las labores de la antropología forense.
La falta de factores organizativos de este organismo desincentivó reuniones formativas, como las de crear programas de diplomados para iniciar esos trabajos especiales, luego formar doctores en antropología forense.
Para cuando nos toque, la práctica de la antropología forense se inicia con la recuperación de la evidencia ósea, para determinar si son humanos o de animales, sigue determinar la edad al momento de la muerte (los cambios tafonómicos), el sexo, la ascendencia, el tiempo transcurrido de la muerte y, sobre todo, la identidad, que es el objetivo central de las ciencias forenses.
En fin, la antropología forense es una herramienta fundamental para el estudio de la muerte violenta, que sucesivamente permite estimar o descartar la existencia de actos criminales. A partir de los huesos se puede determinar la evidencia exacta de los traumatismos ‘ante mortem’ y ‘post mortem’ del cuerpo. Y eso, debe decirse ahora, no está ocurriendo en el Inacif, el cual carece de laboratorio antropológico, de museo, pero, sobre todo, de antropólogos acreditados.