Para quitarle unos lentes de sol, un tipo mató a otro. Eso ocurrió en nuestro querido y otrora apacible país. La prensa reseñó el terrible suceso y la gente se quedó como si tal cosa, como lo más natural del mundo, porque ya nos hemos acostumbrado a la barbarie y a la impunidad.
Ello no debe sorprendernos, sin embargo, si tomamos en cuenta que esta no es la primera vez que somos testigo de una atrocidad semejante. Recordemos, si no, que también se han producido muertes y atracos para despojar a sus dueños de un simple celular o de un par de tenis.
¿Qué es lo que nos está pasando como sociedad? ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Algunos repiten, como papagayos, que la raíz de todo está en el narcotráfico. Otros le echan la culpa a las deficiencias de nuestro preterido sistema educativo. Ahora bien, si queremos acertar en la búsqueda de verdaderos responsables de la degradación moral en que está sucumbiendo el pueblo dominicano, digamos que la culpabilidad está repartida entre todos, incluyéndonos a ustedes, amigos lectores, y a quien esto escribe también.
Efectivamente, ni los gobernantes ni los gobernados hemos sabido afrontar debidaamente los grandes retos que se levantan ante nosotros, entre los cuales se destaca la realización de una verdadera y drástica profilaxis en las filas de los organismos encargados de velar por el orden público y la implacable aplicación de la justicia.
Pero si se quiere sintetizar en pocas palabras una fórmula para enderezar todo lo que está torcido entre nosotros, basta recordar la famosa frase de Cicerón: Seamos esclavos de la ley, para ser libres.
Por unos lentes