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Por una vejez viva y con derechos

En República Dominicana, miles de adultos mayores enfrentan el desafío de sostenerse económicamente, “como Dios les ayude”, en una etapa de la vida que, paradójicamente, debería estar marcada por el descanso y el reconocimiento.

Con pensiones insuficientes, escasas oportunidades laborales y una cultura que aún no valora plenamente la productividad en la madurez, muchos se preguntan si es posible reinventarse. La respuesta es sí.

La Ley 352-98 sobre Protección de la Persona Envejeciente tiene como objetivo
garantizar la protección integral y los derechos de las personas envejecientes, asegurando su dignidad, bienestar y una vida activa, participativa y saludable, promoviendo su integración a la familia y la sociedad.

Esa norma, humana y sensible, crea el Consejo Nacional de la Persona Envejeciente (Conape) y está inspirada en el Plan de Acción Internacional de Viena del 1982, del cual el país es signatario.

En esta legislación, la definición de envejeciente está dada a toda persona mayor de 65 años de edad, o de menos que, debido al proceso de envejecimiento, experimente cambios progresivos desde el punto de vista psicológico, biológico, social y material.

Actualmente, más de 1.2 millones de dominicanos tienen 65 años o más, lo que representa el 8.3 % de la población nacional.

Aunque el 86 % de ellos está afiliado al Seguro Nacional de Salud (Senasa), el 68 % pertenece al régimen subsidiado, lo que evidencia una alta dependencia del financiamiento público, de acuerdo a un informe técnico publicado en este mismo mes de agosto por la única prestadora del servicio sanitario que tiene el Estado dominicano.

El informe “Vivir mejor en tiempos de cambios…” establece que el gasto en salud para adultos mayores aumentó hasta un 15 % anual entre 2020 y 2024, concentrándose principalmente en cáncer (RD$12,200 millones), enfermedades cardiovasculares (RD$9,900 millones) y diabetes (RD$6,400 millones).

Ese panorama revela una presión creciente sobre el sistema de salud, pero también la urgencia de repensar el rol económico y social de los mayores, en una sociedad en la que todavía se utiliza solicitar personas para trabajar que, entre los requisitos exigidos, cumpla con “tener entre 25 y 40 años de edad” y, aunque, en menos proporción ahora, también lo “de buena presencia”, sobre todo, si estaba dirigido a mujeres.

Son muchos los desafíos, pero también hay señales de transformación, como las que indican que el 61 % de los adultos mayores usa redes sociales, el 64 % realiza compras en línea y el 68 % gestiona su banca digitalmente.

Sin embargo, solo el 52 % cuenta con software de seguridad instalado, lo que los hace vulnerables a estafas y otros riesgos en línea, por lo que, aunque la inclusión digital avanza, este segmento poblacional aún requiere acompañamiento y protección.

Existen alternativas reales, accesibles y adaptadas a las capacidades de personas mayores con escaso capital financiero, interesadas en mantener una dinámica de vida con más apego a la dignidad que a la desesperanza.

Hay quienes pudieran dedicarse, por ejemplo, a dar clases particulares, mentoría, asesoría comunitaria, o a microemprendimientos desde la casa, o los que tengan viviendas propias amplias, alquilar habitaciones; los más formados y amantes de la lectura, pueden darse un tiempo de calidad y hasta escribir… en fin, hay opciones; sin embargo, lo ideal sería que siempre haya más posibilidades.

Estas opciones no requieren grandes inversiones, pero sí voluntad, creatividad y una red de apoyo que comience desde la familia que valore el saber acumulado, que es lo mismo que la experiencia aprendida y vivida.
La edad no debe ser un obstáculo para ser y hacer, esencialmente, si se está consciente de que cada etapa tiene sus propias expresiones, características y filosofías.

Envejecer es una realidad, derivada del proceso y no debería ser sinónimo de inutilidad, porque la productividad en la madurez no se mide en velocidad, sino en profundidad.
Producir con dignidad implica reconocer que el trabajo no es solo una fuente de ingresos, sino también de identidad, pertenencia y legado.

El primero de octubre, será el Día Internacional de las Personas de Edad, proclamado en el año 1990 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, con el fin de reflexionar sobre el envejecimiento de la población, promover la solidaridad con los adultos mayores y defender sus derechos para asegurarles una vida digna y activa en la sociedad.

Es una buena oportunidad para brindar reconocimiento y respeto a las canas, a la experiencia, al saber y a la vida digna de la población envejeciente en el país.

Quienes valoran la sabiduría, la justicia y el poder de la pausa, saben que la vejez puede verse como una cumbre filosófica, donde se cosecha lo vivido y se comparte lo aprendido.

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