Por un plato de lentejas

Por un plato de lentejas

Por un plato de lentejas

En una de mis historias, titulada “Satanás suele ser puntual”, un hombre en dificultades medita si consumar o no un aterrador pacto con el “ángel negro”, o “El gran adversario”, como una alternativa a su complicada situación.

En el momento crucial y ya en su presencia, le fascinan del personaje sus maneras tan convincentes, su aristocrático decir.

“No conoces mis condiciones”, le susurra. “¿Afirman por ahí que debes entregarme tu alma? No, no. El alma es una palabra hueca, equívoca. Lo que deseo nada tiene que ver con esa cosa irreal, esa creación desafortunada”.

En términos dubitativos, “El Adversario” se refiere, entonces, a sus auténticas exigencias. “Habrás de hacer ciertas cosas”, expresa. “Un elemental ejercicio de persuasión”.

“Mis dominios son vastos”, prosigue. “Poseo infinidad de servidores y una multitud de discrepantes. Tu misión, tu papel, será “convencer”. .. por cualquier medio que sea pertinente. No siempre será fácil, como debes imaginar. El juego es lo importante. Y tú cumplirás con tu parte. Eso es todo”.

El tema al que voy a referirme es al de la dignidad y la integridad perdidas. Usted examina el currículo de los actores que personifican estos personajes en la vida real y tropieza con una gran desolación. Poco o nada hay allí que buscar. No hay creatividad, ni originalidad, ni talento.

Eso sí, se trata de gente con una cierta habilidad. Experta en sobrevivir en circunstancias alguna vez difíciles. Hace mucho que estos personajes abrieron plaza en el mercado donde depositaron su conciencia, es decir, su heredad.

En tiempos oscuros los compradores se diversifican. Muchos deambulan tras los muy necesitados, los débiles, los timoratos.

¿Acaso estos se niegan a sí mismos, sus orígenes, su cultura, su historia? En realidad nunca fue su cultura ni su historia y su origen un accidente geográfico. Cuanto significa valores trascendentes para ellos se trata pura y simplemente de una mercancía.

La palabra clave es esta: la traición. Una aberración que desdeña la integridad, la dignidad, el sentirse parte del ser nacional.

Si todo está en venta, comenzando por los principios, basta con poseer los vínculos correctos para ser parte de un “enclave” en el que se puede ser muy bien retribuido por “hacer ciertas cosas” como “manipular”, “calumniar”, “distorsionar”, “intrigar”., sumarse a propósitos deleznables.

Es decir, utilizar cualquier medio al alcance para denostar a esos “ilusos” que aun levantan banderas como el amor por su patria y la exaltación de sus fundadores, que poseen creencias y valores, que poseen conciencia histórica, aquellos que, a diferencia de ellos, nunca accederían a vender su alma a Satanás. Argumentan o tratan de insinuar que son francos, pero sus posturas no obedecen a convicciones reales.

Tales sujetos son parte de un mercado, una compraventa en la que se cede la conciencia para obtener lo que es, a su juicio, una “existencia envidiable”.

Relevantes cátedras en universidades propias y foráneas, estipendios respetables, viajes frecuentes con magnificas dietas, recursos ingentes para publicaciones y seminarios, recepciones, homenajes y reconocimientos, en definitiva, un ritual del buen vivir, de la riqueza, el brindis en bandeja de plata de aquel poderoso personaje de la historia a su miserable y necesitado interlocutor.

No resulta extraño, pues, que estos individuos odien la nacionalidad, a la patria, que estén en la fila de quienes aspiran a destruirla, sean adalides de los más oscuros antivalores y que sus propuestas, comenzando por las literarias, favorezcan a quienes sirven los mismos intereses que ellos, al tiempo que escandalizan e intrigan en contra de quienes poseen miras más amplias.

Se trata de gente que ha vendido su heredad por un plato de lentejas. Imagino lo que sentirán en lo más profundo de sí cuando se miran al espejo. De seguro el lienzo oculto de Dorian Gray, de Wilde, agobiado por las pústulas de su intrínseca maldad, del señor Hyde, de Stevenson, siempre dispuesto a golpear y asesinar y de los horribles moloch de HG Wells, prestos a disfrutar de un bocado de carne human.



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