“Quiero ser más malo”. Este fue el deseo para el nuevo año de alguien cercano en una reflexión durante una comida de Navidad. Todos nos quedamos mirándole porque es una persona amable, educada, alegre y siempre dispuesta a colaborar. —¿Por qué? —le pregunté sorprendida. “Porque me he cansado de que los demás se aprovechen de mí”.
Y en ese momento lo que me llegó a la mente fue, y así se lo dije: “¿No crees que son los demás los que deberían cambiar y no tú?”. Sonrió como si le hubiera dicho un imposible. Le animé a no rendirse, porque si quienes actúan bien abandonan, la humanidad perdería su esencia.
La reflexión que me llega es que, en esta sociedad, ser como él es sinónimo de debilidad, de puerta abierta para que otros tomen ventajas y los maltraten porque son personas que huyen del enfrentamiento, no porque no tengan los valores para hacerlo, sino porque saben elegir sus batallas. Insisto en que esas personas son las que deben mantenerse fieles a lo que son y no ceder ante las presiones o situaciones externas que los lleven a sumarse a quienes eso de ser malos es su pan de cada día.
Lo más triste es que hablo de situaciones cotidianas, pero es una actitud de vida que hace que personas lleguen a los extremos y sean capaces de cosas mucho peores. Lo estamos viendo cada día en las noticias.
Las personas buenas se difuminan ante tanta agresividad, mentiras, manipulación y hasta violencia. Sólo espero que esta persona desista en su intención de cambiar y que cada día sean más las personas buenas las que alcen la voz y aquellas que no lo son sean capaces de cambiar, porque si no, la sociedad que nos está quedando para nuestros hijos es horrible.