¿Por qué la identidad como problema?

¿Por qué la identidad como problema?

¿Por qué la identidad como problema?

José Mármol

En la posmodernidad o hipermodernidad la identidad múltiple o identidades del sujeto es un ámbito de reflexión que permite introducir el escalpelo crítico del pensamiento humanístico, tanto tradicional como del humanismo digital, en una diversidad de temas que componen lo que es hoy el complejo mosaico de la individualidad, la economía, la política, la cultura y la sociedad globalizada del presente.

Percibo la cuestión identitaria como problema de pensamiento porque me taladra la existencia la cuestión acerca de ¿Quién soy yo? y ¿Quién es el otro que hace mi alteridad? Además, ¿cuántos son los yos que en mí habitan, mientras cabalgo entre el mundo online y el offline?

Porque en un mundo marcado por fenómenos como la globalización, neoliberalismo económico-político, bancarrota de las ideologías, relativización de los valores humanos, eliminación de fronteras físicas, incremento sin precedentes de los flujos migratorios, multiculturalismo y puesta en duda de la identidad cultural como diferencia de atributos entre naciones, caducidad urgente de los bienes y servicios y pérdida progresiva o debilitamiento de los vínculos humanos, las transformaciones y nuevas enfermedades sociales del giro digital, la hipercomunicación y el macrodato, entre otros desafíos de la modernidad tardía, incluso, queda en entredicho la seguridad existencial del yo y la dinámica que deriva de la relación, positiva o negativa, con el otro como alteridad.

Reflexionar en torno a los elementos que componen la sociedad y la cultura actuales implica, quiérase o no, sumergirse en la niebla y las procelosas aguas donde se refugia la identidad.

¿Es la identidad un estado de cosas? ¿O un orteguiano ser siendo, un constante devenir? Estas interrogantes pueden responderse en dos dimensiones. La primera, en la identidad como estrategia vital posmoderna, el eje central se afirma en una negación, porque consiste en no hacer que la identidad perdure, sino, por el contrario, en evitar que llegue a fijarse.

La segunda, que sólo podía ser producto de la revolución tecnológica y la transformación de las cosas y la lógica de vida (economía, política, conocimiento, cultura derivados en cibereconomía, ciberpolítica, epistemología digital y cibercultura) a consecuencia del giro digital, es que el yo ontológico, aquel que la metafísica occidental, desde Parménides a Heidegger, había mancomunado al pensar y reducido ambos a la identidad, ahora se vuelve múltiple, adquiere un segundo yo que fuerza a la reflexión y a descubrir el plural de la identidad en las identidades digitales.

¿Puede el pensamiento multidisciplinario determinar con claridad el continente conceptual que defina la identidad como un reducto móvil, ensamblable, en constante desplazamiento de identidades volátiles, efímeras? Podría, al menos, estructurar un discurso de aproximación y hacer del fenómeno un objeto de reflexión crítica, empleando recursos y fundamentos de disciplinas convencionales como la filosofía, la sociología, la política, la economía, la hermenéutica, la antropología filosófica, la ética o la estética.

También, haciendo uso de saberes menos tradicionales como la genealogía nietzscheana, la arqueología foucaultiana, el criticismo cultural. Por último, instaurar los cimientos en desarrollo de un pensamiento con excesivo potencial futuro, como la tecnociencia, la epistemología cibernética y todo el arsenal conceptual de que hace galas hoy en lo que asumimos, más allá de su aparente contrasentido, que une el artefacto y lo humano, como humanidades digitales y prefiguración sospechosa del transhumanismo y lo poshumano como ideologías radicales.

Aunque conforme su propio desarrollo y el de la sociedad y sus instituciones el pensamiento sociológico fue adentrándose en complejidades categoriales, proposiciones sinuosas y economicismos discursivos y metafísicos, no es menos cierto que en los fundadores de esa disciplina como Comte, Durkheim, Weber o Simmel ya era convicción otorgar a la cotidianidad una importancia cimera como base del pensamiento crítico.