
Aunque sea ilegal, la cocaína en Colombia ya no parece un negocio informal: muchos trabajadores reciben bono en diciembre, hay inversionistas que pagan por adelantado y los precios no fluctúan de manera dramática, entre otras cosas.
Atrás quedaron los monopolios de Pablo Escobar o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Hoy, al contrario, hay una multiplicidad de actores especializados en cada etapa de la cadena productiva. El mercado se regula a sí mismo y hay competencia.
Lo que no ha cambiado es que la industria de la cocaína sigue siendo uno de los principales enemigos del gobierno colombiano, ahora al mando de Iván Duque. El mandatario de centroderecha ha afianzado la alianza con Estados Unidos, que solo en Colombia ha gastado más de US$11.000 millones en la guerra contra las drogas.
El gobierno de Duque ha logrado que, según algunas estimaciones, los cultivos de hoja de coca se hayan disminuido de manera sostenida por tres años.
Pero eso no ha impedido que la producción de cocaína aumente. De hecho, nunca en la historia de Colombia, por décadas el mayor exportador del mundo, se había producido tanta cocaína de manera de tan eficiente y tan poco violenta.
Y para Daniel Rico, economista experto en narcotráfico, esta no es una paradoja: "La coca hoy cuenta con mano de obra calificada, y cuando hay mejoras de producción es porque hay una estabilidad estructural en las dinámicas del mercado, es decir, de la siembra, la producción y la distribución".
¿Cómo se llegó a esto?
