Por fin, los cañeros

Por fin, los cañeros

Por fin, los cañeros

German Marte

“El azúcar de mi tierra tiene sabores amargos … /¡los jornales son muy cortos y los abusos muy largos!”, Rubén Suro.

Durante décadas, por lo menos hasta mediados de los años 70, el azúcar fue uno de los principales soportes de la economía dominicana. Pero la siembra y corte de la caña dependió fundamentalmente de la mano de obra haitiana, que era mucho más barata que la criolla.

Es preciso recordar que el dictador Rafael L. Trujillo firmó un acuerdo con el presidente Paul Magloire en 1952 para traer miles de braceros, y en 1959 firmó otro convenio con Francois Duvalier. Lo mismo hizo Joaquín Balaguer en 1971, 1973, 1974, 1975 y 1976, años en los cuales suscribió acuerdos con Baby Doc Duvalier (el hijo de Francois) para traer más braceros.

Hasta el gobierno de Antonio Guzmán (PRD) firmó dos acuerdos con Duvalier en 1978 y 1979 para traer 15 mil y 14 mil braceros respectivamente.

Esos obreros, con salarios miserables, contribuyeron a la economía dominicana desde entonces. Muchos echaron raíces en suelo dominicano, mientras las autoridades dominicanas, así como los propietarios de ingenios privados y los colonos se hacían de la vista gorda.

Era una relación ganar-ganar, donde los patronos siempre llevaban ventaja. A pesar de vivir en condiciones infrahumanas, hacinados en bateyes, para la mayoría de esos jornaleros era preferible dejar la juventud abonando con su sudor los surcos de los cañaverales a permanecer en Haití sin trabajo, sin comida.

Pero el tiempo pasa y pisa. Y así como languideció la industria azucarera dominicana, con la caída de los precios del azúcar, y luego la privatización de los ingenios, muchos de estos inmigrantes quedaron varados de este lado de la isla, desarraigados, “extranjeros” allá y aquí, sumidos en la miseria, sin papeles de identidad, sin apoyo, con un presente y futuro más oscuros que la piel que envuelve sus blancos huesos.

Atrás dejaron sus mejores años, cuando jóvenes y llenos de energía blandían sus afilados machetes no para matar, sino para producir riqueza y dar vida, mientras consumían la propia. Y lo hicieron desafiando y resistiendo las frías madrugadas durante el invierno, la lluvia pertinaz, hasta el candente sol del mediodía, año tras año, una zafra tras otra.

Y es precisamente a ese ejército de braceros laboriosos y miserables a quienes el Estado dominicano le ha negado una pensión miserable de RD$5,117 que no alcanza ni para comprar el ataúd el día que mueran.

Después de muchas protestas frente al Palacio Nacional, después de lanzarles bombas y zarandear sus enclenques anatomías, el gobierno pasado comenzó a entregar pensiones por el monto señalado a cientos de cañeros, pero muy pronto se detuvo por razones burocráticas, por falta de papeles, por falta de voluntad.

El sábado pasado, el presidente Luis Abinader, nieto de inmigrantes libaneses (que afortunadamente tuvieron mucho más suerte que los braceros traídos de Haití) escuchó a la Unión de Trabajadores Cañeros y se comprometió públicamente a atender sus justas demandas.

“Se hará justicia con ustedes y será una justicia rápida”, enfatizó Abinader.
Aunque muy tarde, no deja de ser una dulce noticia para unos hombres laboriosos cuyo destino ha sido tan amargo como la hiel.



German Marte

Editor www.eldia.com.do

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