Hace apenas unos pocos días (el 20 de julio, para ser más exacto) estábamos todos con las manos en la cabeza, halándonos los moños por la impotencia ante el infierno en que se había convertido el campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, escenario de violentos reclamos protagonizados por determinados grupos estudiantiles.
Tiroteos, pedreas, encapuchados armados, puertas rotas y todo tipo de desorden sin justificación dieron lugar a severas sanciones para los estudiantes responsables del caos, incluyendo la expulsión definitiva de algunos de ellos.
Las medidas de castigo adoptadas entonces, especialmente la de expulsión, fueron aplaudidas por la ciudadanía sensata, hastiada ya de soportar la conducta incivilizada de sectores antisociales que siempre se salen con la suya.
¡Por fin -pensé yo- alguien le pone el cascabel al gato! Ya era hora de que se tomara una acción responsable para frenar tanta indisciplina.
Pero ¡oh, sorpresa! Ahora trasciende la noticia de que el Magnífico Rector de la universidad más vieja de América, don Mateo Aquino Febrillet, quiere dar oportunidad para que los estudiantes justicieramente expulsados en aquella ocasión, puedan volver a las aulas después de que sus casos sean revisados.
¡No, señor rector! No incurra en esa debilidad. Podrá usted estar inspirado en los más profundos sentimientos cristianos sobre el perdón, pero aquí no se trata de eso, sino de la preservación del orden, la seguridad de los que realmente quieren estudiar y la vigencia de ciertos principios éticos que los promotores del desorden desprecian por completo.