Algunos se han convertido en emporios económicos cuyos productos finales son el chantaje y la extorsión, a partir de la materia prima denominada derecho a la libertad y difusión del pensamiento, facultad redimensionada por irrupción desenfrenada de las redes sociales y plataformas digitales heredadas de la digitalización de la cotidianidad humana.
Nadie está inoculado contra el virus del descrédito procedente de labios y plumas de gente inescrupulosa que escupe el patógeno que contamina honras de personas que han resultado víctimas de la civilización del espectáculo en que vivimos, en palabras del nobel de literatura Mario Vargas Llosa.
En el caso de la sociedad dominicana, está siendo asfixiada por el estiércol que se derrama en las redes sociales y que, desafortunadamente, ha comenzado a contaminar a medios electrónicos convencionales.
La falta de rigor, la mentira descarada, el insulto como norma, el chantaje y la extorsión se han convertido en armas llevadas al debate público para hacer del mismo una especie de lodazal en el que la verdad es la principal víctima. En este escenario, personajes sin escrúpulos han encontrado en el caos digital el caldo de cultivo perfecto para el improperio y la manipulación.
Los chantajistas y extorsionadores, con una audiencia cautiva y sin filtros, se presentan en forma de adalides de la transparencia cuando, en realidad, constituyen traficantes de falsedades y destructores de reputaciones. Estos intentan arrastrar a todos al mismo a la miseria moral, en procura de que la degradación colectiva justifique su propia podredumbre.
Lo más preocupante es que esta dinámica ha empezado a contaminar espacios que, por tradición, han sido profesionales en el ejercicio de la comunicación, cediendo a la tentación de la inmediatez y el sensacionalismo, abandonando la verificación del dato y permitiendo que el ruido digital se infiltre en sus páginas, pantallas y dial.
Naturalmente, este “frankenstein”, como todas las cosas, tiene un origen, especialmente, en el ámbito económico. La versión dominicana de este monstruo hay que atribuirla a la política, porque determinados dirigentes comenzaron a financiar, con fondos procedentes del erario, a gente que representa a la ambición sin control ni escrúpulos. En la actualidad, la referida criatura de ficción ideada por la novelista Mary Shelley se está engullendo a sus creadores, quienes lucen aterrorizados.
Políticos dominicanos buscan en la actualidad, afanosamente, cómo zafarse de una criatura que no sólo ayudaron a procrear, sino también a alimentar, hasta reproducirse en toda la geografía de República Dominicana. Algunos de los dueños, creadores, doxarios y fomentadores de las plataformas destinadas al chantaje y la extorsión se muestran tan vigorosos que parecen invencibles.
El alimento preferido, y de más fácil obtención, radica en el presupuesto publicitario del Estado. En vez de dejarlo morir por inanición, desde instituciones públicas engordan al monstruo, ignorando que también ellos serán devorados.
La sociedad debe recuperar la sensatez y colocarse en una firme actitud de exigir mayor responsabilidad en la calidad de la información.
No todo lo que se publica merece ser creído, ni todo el que grita más alto tiene la razón. La ética, el respeto y el compromiso con la verdad no pueden ser excepciones, sino reglas inquebrantables en el ejercicio del periodismo y la comunicación.
Lo cierto es que algo hay que hacer para alcanzar un comportamiento socialmente responsable desde los medios de comunicación y plataformas digitales que contribuya, tanto al valor de marca como al capital reputacional, de manera que se irradie el chantaje y la extorsión de la comunicación.