Aristóteles, el sabio de la antigua Grecia, trató hace 2,400 años la política como una ciencia con rigurosas reglas éticas, digna del mayor respeto, pues para ser perfecto, el ordenamiento social requiere de firmes y claras actuaciones, tanto de la ciudadanía como de los poderes públicos.
Desde los tiempos del filósofo citado hasta hoy, el mundo ha cambiado mucho. Entre otras cosas, el concepto de política ha degenerado a tal grado que nadie se sorprende ni se espanta cuando hablamos despectivamente de politiquería sin el menor rubor y ante cualquier auditorio.
¿Dónde están los cantaleteados ideales para beneficiar el bien común? ¿Qué es lo que mueve a los políticos de hoy día a sacrificarse por la Patria y por el bienestar de los demás? ¿Contribuir sinceramente en la construcción de un país cada vez mejor o aprovechar las oportunidades que el sistema pone a su alcance para sacar lo mío antes de que llegue un sustituto? ¿Hasta dónde podrán llegar el lambonismo y el limpiasaquismo de los trepadores?
Debo aterrizar. Volver a la realidad. Poner los pies en la tierra. La mayor esperanza que podemos albergar quienes deseamos que la política saque del medio a la politiquería descansa, a mi modo de ver, en la educación a todos los niveles. Volquemos, pues, nuestras fuerzas en ese renglón, sin escatimar esfuerzos, tanto a nivel privado como público.
Podría parecer esto como llover sobre mojado. Pero, como dijo una vez el propio Aristóteles: La esperanza es el sueño del hombre despierto.