Podemos y la ética

Podemos y la ética

Podemos y la ética

El Código Ético del partido español Podemos define con exhaustividad qué puede o qué no puede hacer un dirigente o cargo público. Según dice, todo cargo público es, “a lo largo de todo su mandato, un mero representante obligado a vincular sus decisiones al método abierto y democrático de participación”.

De igual manera establece el compromiso “de inhibirse en la toma de decisiones y de abstenerse de optar a cargos electos con el objetivo de representar intereses personales”, así como de “rendir cuentas públicamente y con total transparencia en lo relativo a sus ingresos y a la gestión de su patrimonio”.

Además, toda persona debería renunciar al cargo o candidatura ante delitos de “corrupción, económicos, acoso sexual, violencias machistas, pederastia y maltrato infantil, así como delitos contra los derechos de los trabajadores, ecológicos y urbanísticos”.

Pero en ningún lugar Podemos había normado qué puede hacer limpiamente un dirigente con su vida y su dinero. La organización ha sido sorprendida teniendo que definirse frente a un escándalo provocado por la compra que hicieran Pablo Iglesias e Irene Montero de una casa bonita, con patio y piscina.

No hay en juego ningún delito ni sospecha de corrupción, tampoco lujos injustificables: lo que se discute es la coherencia entre los principios exhibidos ante la sociedad (por ejemplo, la vida humilde y comprometida con la del pueblo español) y la vida privada.

La respuesta ha sido convocar a una consulta a las bases para que decidan si Iglesias y Montero siguen en sus cargos partidarios y congresionales. La militancia ha votado este martes, no obstante que muchos expresaron que les parecía una medida excesiva.

Por su parte, la clase política y la gran prensa no les da tregua: si “la política es la guerra por otros medios”, esta es su oportunidad dorada para golpear a Iglesias, a Podemos y, más allá, a la izquierda como ideario y como propuesta. Su discurso ha sido el de siempre: “Todos son iguales”. “Nadie sirve”. “¿Vieron?”. “Así son los populistas y terminan siempre mal”.

“El poder corrompe”. “Para conocer a Mundito dale un carguito”. Es que la derecha llama realismo a creer que la miseria humana es un destino implacable. No necesita ideales ni optimismo, sino lo contrario: miedo, cinismo y resignación; profunda desconfianza en el ser humano y en toda lucha colectiva.

Pero este hecho y que Podemos decida la solución colectivamente, será otro aporte enorme de ese proyecto a la izquierda mundial.

La clave es esta: la izquierda no tiene que estar compuesta por santos ni prometer la ciudad platónica; no tiene que garantizar seres ideales y puros, pues, dado que la perfección no existe, solo se puede construir en la obediencia, la estupidez o en el culto a la personalidad.

Lo que la izquierda sí puede y debe demostrar es ética colectiva (más que moral individual) sin doble estándar, sin vacas sagradas ni acuerdos de aposento.

Exigir que los discursos se condigan con la práctica y, si esto falla, que ningún individuo puede actuar por encima ni a costa de la colectividad.

Honestidad, coherencia, transparencia, cero impunidad, reglas claras e iguales, decisiones colectivas, poder de elegir y de revocar sin privilegios: eso debe prometer y demostrar la izquierda. Su diferencia con la derecha no debe ser en moralismo, sino en vidas coherentes, respeto a la dignidad de la gente, la subordinación efectiva de los cargos a los ciudada



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