
La noche del 27 de febrero de 1980 marcó uno de los episodios más dramáticos en la historia diplomática regional cuando el grupo guerrillero M-19 tomó por asalto la embajada de República Dominicana en Bogotá, Colombia.
En plena celebración del Día de la Independencia Nacional dominicana, 37 personas fueron tomadas como rehenes, entre ellas diplomáticos y civiles de varios países. Aquel hecho, bautizado por los insurgentes como “Operación Libertad y Democracia”, sembró una profunda preocupación en la región.
En Santo Domingo, el noticiero Noti Tiempo, donde laboraba para entonces, dirigido por Marino Mendoza, tomó la decisión de enviar a la capital colombiana a la periodista Margarita Cordero a cubrir desde el terreno aquel acontecimiento noticioso, marcando un hito en el periodismo dominicano.
Cinco años después, el 6 de noviembre de 1985, el mismo M-19 protagonizó otro capítulo de violencia con la toma del Palacio de Justicia de Bogotá, donde más de 100 personas, incluidos 11 magistrados, perdieron la vida.
A esa altura, Gustavo Petro, hoy presidente de Colombia, ya era parte activa del M-19. Se había integrado al movimiento en 1978, con apenas 18 años, al igual que tantos jóvenes latinoamericanos seducidos por la épica revolucionaria que, décadas atrás, tuvo en Cuba su ejemplo más inspirador.
Sin embargo, los tiempos cambiaron, y Petro también. Pasó de la clandestinidad a los escenarios institucionales, abandonando la lucha armada para recorrer el camino de las urnas. Fue concejal, congresista, alcalde de Bogotá y finalmente presidente de Colombia. Su ascenso ha sido, sin dudas, notable. Pero su gestión en la presidencia dista mucho de la moderación que exige el cargo.
Petro llegó al poder con una narrativa progresista, pero su ejercicio ha estado plagado de gestos más propios de un agitador que de un jefe de Estado. El más reciente, su llamado público desde Nueva York a las fuerzas militares de Israel para que desobedezcan órdenes, generó desconcierto incluso entre sus propios aliados. Antes, su discurso sobre Palestina en la ONU ya había tensionado el escenario diplomático.
Lo más grave no es su postura política, sino su estilo confrontacional. Petro actúa, muchas veces, como si aún liderara una célula insurgente, olvidando que sus palabras tienen impacto inmediato sobre la política exterior de Colombia.
La reciente revocación de su visado por parte del Departamento de Estado de Estados Unidos puede gustar o no, pero lo cierto es que no fue una jugada aleatoria: fue una respuesta diplomática directa a un comportamiento que en Washington califican como hostil.
En plena tensión con la Casa Blanca, Petro decidió sumar leña al fuego al pedir públicamente prisión para Donald Trump. Una escalada retórica innecesaria, más aún si se considera que Estados Unidos es el principal socio comercial de Colombia.
En 2024, las exportaciones colombianas hacia EE. UU. alcanzaron los 14,337.8 millones de dólares, representando casi el 29 % del total nacional. Solo en flores, el país andino exportó más de 1,887 millones de dólares, superando incluso al café, lo que demuestra la profunda dependencia económica.
El problema no es que Petro critique a EE. UU. o tenga una visión alternativa del orden global. El verdadero problema es que no termina de entender —o aceptar— que ya no es el joven rebelde del M-19. Ahora es el jefe de Estado de una nación que necesita equilibrio, relaciones estables y liderazgo responsable.
¿Era necesario marchar en las calles de Nueva York como si fuera un líder sindical? ¿Era oportuno insultar al sistema judicial estadounidense mientras enfrenta una crisis interna? El tono y el momento importan. Y Petro parece no distinguir entre una asamblea estudiantil y una cumbre internacional.
La figura presidencial requiere sobriedad, estrategia y, sobre todo, responsabilidad. Petro está a tiempo de rectificar, pero para ello debe recordar que el poder no se ejerce desde la barricada, sino desde el Estado. De lo contrario, la historia podría juzgarlo no como un reformador, sino como un presidente atrapado en su propio pasado revolucionario.