Periodistas en la mirilla
República Dominicana es un país extraordinariamente bueno. Sí, el dominicano –en su enorme mayoría– es gente buena.
Sin embargo, desde su origen ha tenido que bregar con la “mardita mardición” (voz de un sureño quillao) de que cualquier correveidiles “se inspira” un día y acaba llamando traidor a quien no lo es, mentiroso al que dice la verdad, sinvergüenza al más serio y ligera a la mujer más recatada del barrio. Algunos difaman hasta por placer, así como hay otros que mienten por vocación.
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También están aquellos que –como los cerdos– se regodean en el lodo de la indecencia y sabiendo que tienen una viga en el ojo, propagan afanosamente todo tipo de infamia contra personas decentes, pues así pueden decir “todos somos iguales”. Junto a ellos, en la misma pocilga, hay quienes se saborean en un silencio cómplice, indecente.
Consciente de lo anterior, pienso que los ataques contra varios periodistas con una trayectoria intachable, respetados y queridos por los hijos de machepa y también por sectores de clase media y alta que apuestan a la decencia es más que una crítica, una retaliación.
Habiendo en el país tantos corruptos del pasado y en el presente, enfilar todos los cañones contra comunicadores como Huchi Lora, Juan Bolívar Díaz, Altagracia Salazar, Edith Febles, Marino Zapete y otras figuras de la comunicación, así como miembros de la sociedad civil que enfrentaron con firmeza la corrupción y exigieron el fin de la impunidad, es una vileza.
A lo mejor, no estoy seguro, sea parte de una estrategia de un sector político para retornar al poder, si así fuere, también es un error, una ignominia.
En esta canallada coinciden actores políticos, pero también miserables de oficio, algunos de los cuales han hecho más fortuna desde un micrófono que muchos políticos amigos de lo ajeno, a quienes han servido unas veces y otras veces enfrentado, según sople el viento.
Por supuesto, en el coro no faltan envidiosos y resentidos que ya quisieran tener una fracción de la credibilidad de aquellos. Para mí, los peores son los simuladores que no dan la cara, y por detrás dicen “yo no creo en nadie”, pero sí “creen” en quien lanza excremento contra el buen nombre de sus “amigos”.
Corresponde a la parte sana de la sociedad enfrentar, como otras veces ya lo ha hecho, a quienes pretenden confundirlo. Por suerte, aquí nos conocemos todos.
“Si no fueran tan dañinos, nos darían lástima”, dice Joan Manuel Serrat, pero no se debe pasar por alto que se pretenda sembrar la sombra de la duda sobre figuras que han sido referentes en esta sociedad.
Decir, sin aportar la más mínima prueba, que reciben dinero de la USAID y que por tanto son agentes de la CIA es una temeridad y una gran irresponsabilidad que merece ser rechazada por todos.
Alcemos nuestras voces, juntemos nuestras manos y entre todos apartemos las ratas del trigo.
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