El transporte público en la República Dominicana hay que verlo desde diferentes aristas. Se trata de un sector de la vida económica nacional, sin ninguna duda, donde hay inversionistas del sector privado, pero también el Estado cuenta con una diversidad de medios para ofrecer el servicio a los usuarios, como la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA ), el metro y las unidades del teleférico.
De estas tres modalidades el Estado solo tiene competencia en el servicio del transporte urbano y suburbano de superficie; y precisamente ahí están, en todos los órdenes, las mayores precariedades.
Atravesamos un tramo muy sensible, fruto de la pandemia, pero aun así, el embotellamiento en las avenidas constituye un dramático dolor de cabeza.
El 2021 no solo es un nuevo año. También constituye el inicio de una nueva década. Un periodo propicio para que se invierta el capital que sea necesario en el sector de transporte de pasajeros y de esa forma dotar a la ciudad de Santo Domingo de un moderno servicio de transporte público.
De entrada, un eficaz transporte colectivo, bien administrado, traería un desahogo a la ciudad, porque muchos vehículos saldrían del tráfico diario.
El turismo saldría beneficiado. Habría menos contaminación ambiental, incidiría en bajar los niveles de la inseguridad ciudadana, y sobre todo, el país tendría un ahorro significativo en la importación de combustible, que se paga con divisas.
A todos los niveles, la sociedad dominicana, con un verdadero sistema de transporte colectivo, podrá percibir, en los próximos años, un verdadero salto cualitativo en su condición de vida.