La esperanza de integración económica, financiera, política y social de los 33 países de América Latina y el Caribe, ¿seguirá siendo un sueño? La actual situación de la región pinta un panorama preocupante, nada halagüeño.
Y no lo digo como si fuera un alma agorera. No; solo es que, si se observa en frío, sin sesgos ideológicos, y se analiza la realidad de cada país, se pueden confirmar las diferencias políticas e ideológicas y el distanciamiento económico entre las naciones de la región.
Cómo surge la OEA
Los esfuerzos de unificación regional se afianzaron formalmente en 1948 con la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), auspiciada por Estados Unidos. La posibilidad de que este proceso histórico fuera exitoso —que se convirtiera en una realidad apetecible— parece haberse transformado en un deseo cada vez más lejano.
Todo comenzó en 1890, con la iniciativa para la creación de la Unión Panamericana, que se concretó con la formación de la OEA y la firma de la Carta de Bogotá. El propósito inicial de la Unión Panamericana era “promover la paz, la justicia, la democracia y la cooperación entre los 35 Estados miembros de las Américas”.
A lo largo de los años, la OEA ha sido modificada por varios protocolos —como los de Buenos Aires y Cartagena de Indias— para adaptarse a nuevos desafíos.
Desde sus inicios, ha sido innegable la presencia e incidencia de Estados Unidos en las decisiones e iniciativas adoptadas por el organismo hemisférico a lo largo de sus más de 70 años de existencia. Existen numerosos antecedentes de resoluciones sobre países de la región que, de forma clara, fueron impulsadas por Washington y centradas en sus propios intereses.
Entretanto, a lo largo de los años, las disputas y diferencias políticas, ideológicas y sociales han impedido que en los países latinoamericanos se produzca una verdadera integración, tal como ha sucedido en otras regiones del mundo —especialmente en Europa— donde los esfuerzos conjuntos han impulsado programas de desarrollo económico, científico y social en beneficio de sus pueblos.
La carta original de creación de la OEA sufrió varias modificaciones, entre ellas el Protocolo de Buenos Aires (1967) y el Protocolo de Cartagena de Indias (1985). Posteriormente, el Protocolo de Washington (1992) introdujo una medida crucial: convirtió a la OEA en la primera organización regional en permitir la suspensión de un miembro cuyo gobierno democrático fuera derrocado por la fuerza. Otra reforma fue suscrita en Managua, Nicaragua, en 1993.
La decisión, adoptada en plena Guerra Fría, tuvo un efecto determinante no solo en la influencia de los países del bloque socialista, sino también en naciones europeas. Logró alinear a casi todos los países del continente americano con los principios políticos del sistema democrático promovido por Estados Unidos, a excepción de Cuba, que se ha convertido en “la piedra en el zapato” de la potencia del norte.
¿Qué países integran América Latina y el Caribe?
Además de la OEA, en la región surgieron otras iniciativas enfocadas en la integración comercial, como la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). También está el SELA (Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe), creado en 1975 como un organismo permanente de consulta, coordinación y cooperación económica y social, firmado por 25 países en Panamá. Asimismo, el CARICOM (Comunidad del Caribe) se fundó con el objetivo de fortalecer lazos y crear un mercado común entre sus miembros.
Las entidades más recientes apuntan hacia una mayor integración política. Entre ellas destacan la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), creada en 2008; la ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), centrada en acuerdos energéticos; y la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), fundada en 2011 como un mecanismo de concertación e integración política regional impulsado por México y Brasil, con el propósito de renovar la voluntad política de integración.
Estas entidades agrupan a las subregiones de América del Sur, América Central y el Caribe.
En América del Sur: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Venezuela.
En América Central: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua y Panamá.
En el Caribe: Cuba, República Dominicana, Haití, Jamaica y naciones insulares como Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Dominica, Granada, Santa Lucía y San Cristóbal y Nieves.
En síntesis, estos países han procurado superar la desigualdad y la pobreza. Aunque han tenido avances y retrocesos, el objetivo común sigue siendo fortalecer el desarrollo, la solidaridad y la inserción en la economía global.
Los retos de la región
Sin embargo, parece que la región no ha tenido suerte. Como se diría popularmente, está marcada por las creencias heredadas de los pueblos indígenas y las influencias mágico-religiosas de la población africana traída como mano de obra esclava.
Los procesos de integración latinoamericana y caribeña han sido complejos, marcados por avances y retrocesos, así como por la lucha constante contra la pobreza, la desigualdad y la corrupción.
Además, intervienen las potencias extrarregionales —Estados Unidos, Rusia, Europa y ahora China—, que buscan alinear los países de acuerdo con sus intereses políticos y económicos.
Estados Unidos, en particular, ha tratado históricamente a la región como su “patio trasero”, extrayendo de ella minerales, petróleo, oro, materias primas, capitales financieros y mano de obra barata.
Cuando esa influencia se ha visto amenazada —como en el caso de Cuba—, Washington ha desplegado su poder económico, financiero y político para mantener el control. Ejemplos sobran: Panamá, Nicaragua, República Dominicana, Chile, Argentina y Haití son algunos de los países que han sufrido intervenciones directas o indirectas en las últimas décadas.
Actualmente, los países de la región buscan una integración más pragmática y flexible, centrada en prioridades compartidas, aunque enfrentan limitaciones como la baja conectividad física y digital y la duplicidad de esfuerzos entre organismos.
No obstante, lograr una integración al estilo de la Unión Europea parece difícil, dada la multiplicidad de intereses nacionales y las presiones geopolíticas actuales, en un contexto de nueva Guerra Fría que involucra a Estados Unidos, Europa, Rusia, China, Irán, Israel, Japón, Corea, los países árabes y el bloque BRICS.
Esta situación profundiza las divisiones regionales. En Venezuela, por ejemplo, predomina un régimen socialista con similitudes al sistema cubano, mientras que en otras partes de Sudamérica y el Caribe prevalecen gobiernos conservadores alineados con los intereses de Estados Unidos.
Así las cosas, resulta difícil ilusionarse con una verdadera integración regional, aunque esté claro que es el único camino viable para el desarrollo. Solo mediante ella América Latina y el Caribe podrán alcanzar avances políticos, económicos, industriales, científicos y sociales que permitan reducir la pobreza, impulsar la equidad y consolidar una región de paz y progreso.