La paternidad ha tenido un cambio notable entre dominicanos, un hecho que puede ser perfectamente advertido por aquellos que peinan canas y bañan hebras blancas en cualquier parte del cuerpo.
El papá de ayer era un tipo generalmente vertical en su trato con la prole, tuteado en raras ocasiones por sus hijos y ligeramente inclinado a las demostraciones afectivas, pero sin grandes demostraciones que le hicieran parecer excesivamente sensible.
Otro, el de anteayer, era en términos generales un autoritario que con suplir, disponer lo necesario para la educación, trazar las reglas en la casa y cuidar su cumplimiento, sentía cubierta su cuota de responsabilidad familiar.
El papá de hoy tiende a ser un sujeto bastante comprometido con el componente emocional de la familia y muy particularmente de los hijos.
Desde este punto de vista podemos hablar de una paternidad fluyente, no fluida, en la sociedad dominicana.
Ninguna de las referidas es mejor, o preferible; son diferentes.
Cada una debe ser valorada como producto de su tiempo. Porque es de esta manera como mejor pueden ser apreciadas las expresiones sociales, la paternidad entre ellas.
Hace unas cuatro décadas, sesenta años digamos, la población dominicana estaba emplazada mayoritariamente en los campos. Era rural y esto tenía implicaciones acerca de los modos de ganarse la vida, los niveles de la educación formal, donde la había, y lo que esperaban de los otros y viceversa.
Hoy la población es urbana nativa en términos mayoritarios. No urbana porque emigró del campo a los pueblos y a las ciudades, sino citadina porque nació, creció, se educa en términos formales e informales en ambientes urbanos, vive expuesta a los modos y maneras predominantes en el mundo de los medios de comunicación y los entiende.
De esta sociedad surge el papá dominicano de hoy, de una paternidad ligera si le compara con las otras, las de los padres de ayer y de anteayer.
Para todos, particularmente a los comprometidos de hoy, ¡felicidades papás!
