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Pasar haciendo camino…

No es, en realidad, un tema que, digamos, sea tan interesante. Uno cree y piensa que importa reencontrarse con realidades pasadas y presentes que nos conciernen e identifican.

No hay escape a ese insoslayable compromiso.

Cerrar los ojos, entonces, y desplazarse mentalmente en el tiempo. En ocasiones resulta inquietante revivir experiencias, momentos cruciales que nos tocó vivir, así como lugares de diversa naturaleza. Son multitud las personas que conocimos y que ya partieron en ese viaje plagado de enigmas, pero en el que todos, de manera insoslayable, somos propietarios de una irrenunciable reserva.

Ya lo he mencionado en diversos escritos: con frecuencia nuestra mente se desplaza a ámbitos, momentos y circunstancias, que permanecen muy vivos en nuestra realidad subconsciente. Ocurre algo similar con los sueños: escenas muy intensas nos arrastran a encuentros, lugares, personas, diálogos y vivencias que, a veces nos conmueven, estremecen y hasta nos asustan.

Poseo una imagen muy viva de presencias, lugares y eventos que permanecen de forma inquietante en mi memoria. Puede que uno despierte y se diga que debería hacer un esfuerzo por localizar a tal o cual persona con la que nos correspondió vivir una experiencia inolvidable. Con frecuencia tropezamos con la realidad y descubrimos que esa persona murió hace ya mucho tiempo.

Una imagen que siempre viene a mi memoria es la de mi madre Aurelia. Era una persona muy dulce y amable, a la que correspondió padecer momentos muy difíciles. La descubro con frecuencia en mis sueños y su imagen me alcanza en diversos momentos en los que se mostraba feliz y entusiasmada. Es la mejor manera de recordarla…

Personas que siempre figuran presentes son dos de mis hermanos, Pablo y Zoila, ambos ya fallecidos. Recuerdo de manera muy vivida las horas nocturnas de estudio y repaso previas a los exámenes en la escuela República Dominicana, en el barrio de Villa Juana y específicamente la calle Marcos Adón.

No olvido que, cuando asistía al Colegio Loyola, situado en el Centro de los Héroes, algunos de mis profesores eran los sacerdotes jesuitas Santiago de la Fuente, el padre Villa, el rector Jesús Sánchez, el padre Noble, nos llamaban la atención, por quedarnos atónitos observando el azul del mar Caribe a través de las ventanas de cristal de las aulas, en vez de prestar mayor atención a sus exposiciones.

Imposible olvidar la larga agonía de mi madre Aurelia, de mi abuela materna, quien, si no recuerdo mal, falleció tras una larga agonía y de una enfermedad que carece de sentido precisar.

En mis recuerdos, sigo viendo la calle Arzobispo Valera, en Villa Consuelo, donde mi padre administraba un almacén de provisiones de su propiedad, la calle María Montez y la Marcos Adón en Villa Juana, el Camino Chiquito, la San Martín, la doctor Delgado, más distante la Ciudad Universitaria, la infinidad de árboles frutales, las avecillas cantando y volando entre las ramas, la inmensa belleza del Gascue de aquellos entonces, el grave silencio, la lenta marcha de personas y vehículos, los paseos por la entonces Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, hoy Centro de los Héroes, las calles silenciosas, los contados vehículos, las guaguas del transporte colectivo… Tantos recuerdos, tantas calles, panoramas, personas que ya nunca jamás volveremos a ver, tantos eventos… Por eso el escriba español nos reitera que la vida es una ilusión.

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