Desde el 1930 hasta el 1978, salvo siete meses luminosos, la sociedad dominicana alimentó las esperanzas de la democracia como antídoto para los gobiernos autoritarios que padecimos.
Se forjaron muchos partidos políticos que postularon la democracia como su principal objetivo, con muchos matices e interpretaciones diferentes.
Con la apertura de la democracia a partir de la elección de Antonio Guzmán se descubrió que teníamos demasiadas expectativas, imposibles de satisfacer, cifradas en un régimen constituido por la competencia entre partidos políticos para representar a la sociedad. Descubrimos que la desigualdad, la corrupción y otros males eran semejantes a los tiempos de dictadura.
En los años 80 surgió, al igual que en el resto de América Latina, la sociedad civil organizada, que intentaba participar en política sin ser propiamente un partido político. Se generó una imagen peyorativa de los partidos políticos como espacios donde la búsqueda del poder era con la finalidad de enriquecerse y repartir los bienes públicos entre sus seguidores.
Por un lado se desconfía de la buena voluntad de los partidos políticos para accionar la democracia positivamente para el beneficio del pueblo, por otra parte no es posible la democracia sin los partidos políticos.
Es un dilema que la sociedad dominicana debe resolver. Y no es sustituyendo la sociedad civil organizada por los partidos políticos.
Si queremos mejorar la democracia debemos mejorar los partidos políticos. No hay otra opción. Una ley de partidos ayudaría, pero no basta. Debemos estudiar como otras sociedades históricamente han resuelto ese problema… ¡Si lo han logrado!