En condiciones normales cualquier munícipe no vacilará en responder sin titubeos a esta interrogante con un “para recoger la basura”.
Y es este un convencimiento tan arraigado que los propios ejecutivos municipales y los aspirantes a esta función parecen convencidos de que para esto se les quiere.
Pero en este punto concurren por lo menos tres errores fatales para la vida en las comunidades urbanas, que detallamos.
Uno, la idea de la gente de que la alcaldía está para recoger la basura porque estorba, enferma y afea; dos, la pobre y hasta muy pobre actitud de la población hacia los desperdicios como efecto inevitable de la vida en comunidades rurales o urbanas, y tres, el temor de estos funcionarios, y de los aspirantes políticos a estos puestos, a enfrentar a los pobladores en relación con los desechos sólidos.
Entre los deberes de un ayuntamiento está el de atender a la higiene pública, pero es imposible ocuparse con eficiencia, en ninguna parte del mundo, en una población refractaria a un cierto grado de orden y organización en relación con los desechos que genera.
Para que el ayuntamiento pueda recoger la basura todos los días, a cada hora, en todas las calles de una ciudad, poblado o aldea, necesitaría los recursos el Presupuesto Nacional en equipos, contratación de servicios y personal de higiene pública, y esto no es posible.
Los ayuntamientos, o sus alcaldes, tienen que idear una frecuencia diaria y proponer o imponer reglas a los pobladores sobre la organización y manejo de la basura. Para esto tienen que cumplir todas las partes con su porción del deber.
Porque aunque a nadie le interese, a un alcalde también se le elige para garantizar una ciudad segura, acogedora, con calles transitables e iluminadas, espacios apropiados para la recreación, alcantarillados sanitarios y cuidados contra inundaciones.
Desde luego, también para recoger la basura, pero en ello debe contar con la debida urbanidad de los pobladores.