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Papa Francisco destaca crisis Unión Europea

Pope Francis Leads Way Of The Cross On Rio’s Copacabana Beach

Bloomberg News.En un discurso de la semana pasada ante el Parlamento Europeo en Estrasburgo, el papa Francisco condenó a una Europa materialista que se había vuelto indiferente a la dignidad humana y a la “dimensión transcendente”.

El primer pontífice latinoamericano comparó luego a Europa con una abuela “demacrada”. Hace por lo menos un siglo que se canta una canción titulada “La declinación de Europa”.

Después de la Primera Guerra Mundial se volvió común usar metáforas biológicas al describir el continente. Sobre todo en su famoso ‘La decadencia de Occidente’, el escritor conservador alemán Oswald Spengler resumió un pesimismo general en el sentido de que la civilización europea tenía una enfermedad terminal.

Spengler sostenía que la Europa moderna y secular se había embarcado –y embarcado al mundo- en un proyecto prometeico con sus ideologías de expansión y crecimiento y cultos al dinero y el poder.

Alemania no tuvo más opción que adoptar la tendencia contemporánea de capitalismo e imperialismo.

El papa Francisco no es un nacionalista provinciano como Spengler, que esperaba que los suyos recurrieran a cierto vigor bárbaro y vencieran a sus rivales.

El pontífice representa una concepción ética y religiosa del mundo más relacionada con ideas europeas anteriores y que ahora cuenta con una mayoría de adherentes fuera de Occidente, entre quienes siguen buscando la estabilidad económica y política que obtuvo la mayoría de los europeos.

Se encuentra alineado contra una implacable perspectiva darwinista en la propia Europa que mantienen elites políticas y empresariales con intereses propios y que parecen aceptar sin análisis alguno votantes apáticos y una intelectualidad aquiescente.

“Es cada vez más intolerable”, dijo este año, “que los mercados financieros conformen el destino de la gente en lugar de servir a sus necesidades, o que muy pocos obtengan una riqueza inmensa con la especulación financiera mientras que muchos se ven profundamente afectados por las consecuencias”.

El pontífice se da cuenta de que la búsqueda de la riqueza privada ha puesto en peligro en lugar de asegurar la libertad y la dignidad de los seres humanos.

Mann trataba de enfrentar el cinismo de personas como Oswald Spengler, que sostenía que los alemanes tenían que hacer a un lado la religión, el arte y la filosofía, y volver a dedicarse a “la técnica en lugar de a la lírica, al mar en lugar de a los pinceles y a la política en lugar de la epistemología”.

En un sentido, sin embargo, eso es precisamente lo que pasó en las economías “milagrosas” de Europa occidental después de 1945, cuando sus países más devastados emergieron de las ruinas de la guerra, y luego en la Europa oriental poscomunista después de 1989.

De todos modos, Europa no ha hecho –y probablemente nunca pudo hacerlo- lo suficiente para asegurarse una posición dominante estable en el nuevo orden mundial.

Los países que Europa alguna vez subyugó tienen sus propios intereses en el futuro. China ha usado de forma pragmática las técnicas europeas del estado-nación y el capitalismo para emerger como rival de Europa y socio económico indispensable.

Por su parte, Europa se ve ante un horizonte económico en permanente contracción y una crisis que parece insoluble.

Lo que es más preocupante es que no parece contar con ninguno de los líderes visionarios que reconstruyeron el continente después de la Segunda Guerra Mundial: Jean-Claude Juncker no es Jean Monnet, y nada en Angela Merkel y François Hollande hace pensar en Konrad Adenauer y Charles De Gaulle.

Una respuesta a ese impasse mundial de materialismo es una “rebelión ciega” por parte de los “derrotados y amargados, los excluidos y los degradados”.

El descontento que en Europa se canaliza a través de florecientes partidos de derecha se ve encarnado en otros lugares por insurgencias y movimientos autoritarios.

El Papa Francisco nos ha hecho a todos un gran favor al destacar que el mundo que forjaron las ideologías poscristianas de Europa necesita con urgencia una nueva visión, tal vez una visión que no desprecie por completo la “dimensión trascendente”.

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