Pan nuestro de cada día

Pan nuestro de cada día

Pan nuestro de cada día

Durante la semana hemos asistido a los preparativos de las familias y el Gobierno para la vuelta a clases, anunciada para el lunes.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo, la que tiene el más alto número de estudiantes, también ha vuelto de sus vacaciones de verano.

En estos hechos parecen solamente implicados los estudiantes, los padres y el Ministerio de Educación, pero esto es sólo en apariencia.

Durante estos días hemos visto a muchas familias afanar para dotar a sus hijos de lo necesario para que puedan aprovechar el proceso de enseñanza—aprendizaje al que regresan unos y en el que se inician otros.
Pero en realidad, con la apertura del año escolar todos tendremos motivos para realizar alguna alteración en nuestra vida cotidiana.

No porque todos tengamos que volver a la escuela, sino porque este es un proceso masivo que de alguna manera nos envuelve.

Al que no le toca llevar a uno o varios niños a un centro de estudios lo alcanza el tapón a una hora más temprana, la intensidad del tráfico le obligará a salir con un poco más anticipación de casa o a cambiar de ruta para evitar la entrada o salida de tal o cual escuela, colegio o liceo.

Todo esto, sin embargo, es asunto de los primeros días, de una o dos semanas.
Estamos hechos para la adaptación y quienes no tienen el deber de levantar a niños y en algunos casos ayudarlos a ponerse a punto para salir en la mañana, pueden sentirse más que satisfechos si ya han superado esta etapa, o ser empáticos y observadores de quienes la viven para cuando les llegue su turno.

Al que entramos tan pronto como el lunes es un período bastante extendido, de unos diez meses, con una pequeña parada en el último tercio de diciembre y los primeros días de enero del año que viene.
Bienvenida sea la multitud a nuestras vías públicas.