Me gustaría que Grandes Ligas explicara cuál fue el crimen tan grande que cometió Sammy Sosa, para que haya sido borrado con “pupú” de gato de cualquier actividad ligada al béisbol.
Y es que que, aunque hay sospechas, infundadas o no, a Sammy nunca se le ha probado que utilizó sustancias anabólicas para mejorar el rendimiento.
Llama a uno la atención como dominicano, que otros jugadores como Barry Bonds, Roger Clemens y Rafael Palmeiro, cuya notoriedad está marcada por la era de los esteroides, aparecen como candidatos a ser considerado por el comité del Salón de la Fama, el 4 de diciembre en San Diego.
Todo indica que Sosa, después de aquella famosa retirada del último partido de su carrera el 29 de septiembre de 2007 en Chicago, se ha convertido en una escoria, en un paria, para todos los actuales ejecutivos del béisbol, incluyendo al mismo Sindicato de Peloteros.
No es posible que su nombre lo hayan extraditado a otro planeta, y una muestra de esa desconsideración , es precisamente, que mientras otros con acusaciones severas, aparezcan como posibles miembros del Salón de la Fama.
Y no es que no lo merezcan, porque Clemens, Bonds y Palmeiro, también fueron extraordinarios.
Ahora, si se quiere medir a todos con la misma vara, sin injusticias ni privilegios, entonces en esa lista deben figurar Sammy Sosa y Mark McGuire, a quienes el béisbol debe estar eternamente agradecido.
Y es que, aunque no lo admitan, fue la famosa batalla por los jonrones, que se incrementó la asistencia a los parques de todo el país, en un momento que ese espectáculo estaba de capa caída en Estados Unidos.