Estoy consciente de que debo aburrir con este tema tan repetido, pero algo hay que hacer para inocular en la sangre del dominicano común el virus de la puntualidad.
Así como lo leen, amigos lectores: la puntualidad debería ser como el cólera o el sida, una epidemia que nos contagie inevitablemente a todos.
Vuelvo sobre el tema porque cada vez son más frecuentes los episodios de los que he sido testigo o víctima, gracias a la impuntualidad descarada tanto de los que invitan a determinada actividad, como de los asistentes a otras.
Algunos, creyendo que con ello me halagan, me han dicho: La tarjeta de invitación dice que es a las siete, pero tú puedes llegar a las siete y media, porque ¡total!, comenzaremos a las ocho.
El otro día asistí a una cena en casa de unos amigos que habían invitado para las ocho de la noche, y algunos llegaron, como si tal cosa, ¡a las diez!, mientras todos los demás nos moríamos de hambre.
El desparpajo se torna más grave cuando se trata de actividades oficiales, con la presencia de diplomáticos extranjeros o personalidades criollas merecedoras del mayor respeto. Algunos encargados del protocolo de ciertos funcionarios creen ser muy graciosos cuando dicen: La hora de comenzar este acto es cuando llegue mi jefe ja, ja, ja.
Ningún país puede llamarse desarrollado si no rinde culto a la puntualidad, porque, entre otras cosas, puntualidad representa respeto, tiempo y dinero. Los ejemplos de Suiza, Taiwán, Gran Bretaña y otras naciones famosas por la puntualidad de sus gentes, deberían inspirarnos para ser mejores.
Ahora pongo punto final a estas notas, porque si sigo, llegaré tarde a un compromiso.