Los orígenes y aplicaciones de la dactiloscopia dominicana datan de 1911. Según cuenta el maestro español Constancio Bernaldo de Quirós, Juan Vucetich (Argentina), de su paso por Madrid, le tomó la cédula individual dactiloscópica, dispuestas en delicadísima hoja de papel de arroz, que servirán para documentos civiles y para otros, más necesarios de casos criminales.
Aquel día estuvo presente, en la capital de España, el malogrado Antonio Lecha-Marzo, a quien debemos casi todo lo que podemos mencionar de dactiloscopia en nuestro país. Primero por sus aportes en el ámbito de investigación médico-legal, al frente del Instituto de Identificación, creado en ese país a principio del siglo XX; en segundo lugar, por una amistad inesperada.
Por ese mismo tiempo, pero en la humilde isla caribeña de Quisqueya, un farmacéutico dominicano de origen español, entonces administrador de la Revista Médica Dominicana, único periódico científico dominicano, dirigido por el doctor F. A. Defilló, empezó una relación epistolar con Antonio Lecha-Marzo, todavía estudiante de medicina, en Valladolid. Nos referimos al profesor Joaquín G. Obregón García, cuya primera de esas misivas fue fechada el 6 de octubre de 1907.
Iniciado el intercambio del movimiento científico de la naciente antropología criminal (así se le llamó a la constelación de técnicas de investigación criminal, dentro de las que contaban la policía científica, estadística moral, la dactiloscopia, la antropometría, entre otras), después de muchas cartas, integrándose en sus correspondencias figuras como Juan Vucetich, ya citado, igualmente dos autores trascendentales en esta materia de la dactiloscopia: los doctores Federico Olóriz Aguilera (Granada) e Israel Castellanos (La Habana); por fin encontramos una carta en la que Obregón le da las gracias al doctor Lecha-Marzo por su trabajo “Los dibujos de la palma de la mano”, y se compromete a ponerlos en práctica con los recluidos en la cárcel de la ciudad, a publicarlo en la revista, haciendo constar que “habéis sido el primero en dar una clasificación sencilla de estos dibujos y su aplicación a la resolución del importantísimo problema de la identificación personal”. Ese mismo año (1911), se creó la Oficina sobre Asuntos de Identificación, de registros estadísticos y suerte futura, desconocidos.
Gracias a Obregón García, al periodismo médico que mantuvo con grandes personalidades europeas y latinoamericanas, existe, hoy por hoy, una base de información sobre dactiloscopia en nuestro país.
La dactiloscopia –la ciencia de las huellas digitales– es un método de identificación policial fundamental para atrapar criminales (son los datos biométricos fisiológicos), con un gran avance en la identificación de personas y, sobre todo, gracias a la criminología.
En 1940, dice Constancio Bernaldo de Quirós, que el método dactiloscópico aplicado en Santo Domingo era el de Henry Faulds, médico y científico escocés; pero, está el método desarrollado por Francis Galton; luego sigue el método de Juan Vucetich, que sirvió de base posteriormente al método de Olóriz, en España.
En la actualidad nuestro departamento de la Policía Nacional utiliza una forma mixta de estos métodos clásicos.
En conclusión, tanto la dactiloscopia que es un sistema que no necesita traducción, como el bertillonaje o ciencia antropométrica (hoy biometría), que estudia las medidas esqueléticas del cuerpo y de sus órganos, es urgente el aumentar su capacidad de uso, para lograr una mejor conciencia de los ciudadanos en las actividades cotidianas.
Es decir, los documentos de identidad, los extranjeros, desaparecidos, los buscados por la justicia, en fin… aquellos que asisten a un supermercado, a un estadio deportivo, a un hospital. Aquí lo dejamos, porque la necesidad de su aplicación nubla el pensamiento.