Organismos religiosos reducen su presencia en Haití

Organismos religiosos reducen su presencia en Haití

Organismos religiosos reducen su presencia en Haití

Un año después de que 17 misioneros estadounidenses fuesen secuestrados en Haití, dando comienzo a una odisea de dos meses hasta que recuperaron su libertad, el organismo para el que trabajaban ya no tiene enviados permanentes en el país y otras organizaciones internacionales también redujeron su presencia.

Ese secuestro reflejó la creciente inseguridad de Haití, que se agravó en el último año, en el que dirigentes haitianos pidieron el despliegue de fuerzas internacionales para contener las actividades de bandas delictivas y las protestas que paralizan la nación.

El grupo de misioneros, incluidos cinco menores de edad, fue secuestrado el 16 de octubre del 2021, cuando regresaba de una visita a un orfanato que apoyaba la organización Christian Aid Minsteries (CAM).

Fue el secuestro de su tipo más grande de los últimos años, aunque ha habido cientos de secuestros de haitianos que generaron escaso revuelo internacional.

Los secuestradores pertenecían a la temida banda 400 Mawzo y exigieron un rescate de un millón de dólares por cada secuestrado, según el ministerio.

Dos personas fueron liberadas por razones médicas y alguien, no el ministerio, pagó un rescate no especificado por otras tres, tras lo cual los 12 restantes recuperaron su libertad en lo que fue descrito como una fuga de noche.

La saga se produjo pocos meses después del asesinato del presidente y de un terremoto que mató o hirió a miles de personas. En la actualidad escasean insumos básicos como el agua y la gasolina, desde que una poderosa banda tomó el control de la principal terminal de combustibles de la capital, Puerto Príncipe.

Manifestantes bloquean carreteras para protestar por los precios de los combustibles y cerraron las gasolineras y las escuelas. Algunos miembros estadounidenses de CAM visitaron Haití en el último año “para ver cómo marchan las cosas dentro de lo posible”, indicó el vocero de la organización Weston Showalter. Pero no se ha fijado una fecha para un retorno permanente.

“Parece que las cosas están peor que hace un año”, señaló, agregando que el personal haitiano del ministerio también se ve afectado por la crisis. “Nos hemos vuelto hipersensibles a los riesgos”, declaró Showalter. “Traemos mujeres y niños… Es un tema muy serio”.

Otras organizaciones religiosas enfrentan las mismas disyuntivas. “No hay un camino claro”, dijo Ales Morse, subdirector regional del Servicio Mundial de Iglesias para América Latina.

La organización agrupa más de 30 congregaciones cristianas de Estados Unidos que ofrecen ayuda para el desarrollo y para desastres en todo el mundo.

En agosto el Servicio dispuso el retiro de todo el personal extranjero y siguió funcionando solo con personal haitiano. Morse trabajó en Haití después del devastador terremoto del 2011 y recuerda cómo su fe en Dios sacó adelante a muchos haitianos. Pero las cosas han cambiado.

“Oigo decir que la gente perdió la esperanza”, manifestó. “Su fe ayudaba a la gente. Ahora eso no se da tanto”.

Patrick Nelson, un haitiano que es el principal representante del Servicio en al país, dijo que los chicos “quieren ir a la escuela y estudiar, pero las escuelas y las universidades están cerradas”. Sin embargo, sostuvo que la gente está frustrada pero no desesperada.

“Si la gente no tuviese fe en Dios o la esperanza de que las cosas pueden cambiar, no saldrían a la calle a pedir reformas”, expresó Nelson en un email. Uno de los miembros del Servicio es la Iglesia de los Hermanos, que trabaja en Haití desde hace más de 20 años y tiene 30 congregaciones en el país.

Su sede central funcionaba en Croix-des-Bouquets, cerca de Puerto Príncipe, pero la zona es un epicentro de la actividad delictiva, según Jeffrey Boshart, director de la Iniciativa Alimenticia Mundial de la iglesia. Uno de los choferes del programa fue secuestrado este año, y luego liberado, y su vehículo fue robado, relató Boshart, lo que hizo que la iglesia suspendiese todas sus actividades en Puerto Príncipe y sus alrededores.

Mantiene algunos programas en zonas rurales, con personal haitiano. Boshart dijo que la iglesia redujo mucho un programa de clínicas móviles porque varios de los médicos haitianos que colaboraban se fueron a Estados Unidos.

Los Servicios de Ayuda Católica (SAC) tienen más de 200 empleados en el país, casi todos haitianos, que trabajan en forma remota. Varias iniciativas educativas y de salud están suspendidas.

“Las carreteras están bloqueadas y no se puede ir a la oficina”, dijo Akim Kikonda, representante de SAC en Haití. “No hay gasolina y a menudo no funciona la internet en las oficinas”.

“Se puede imaginar la frustración que se siente cuando ves que hay más necesidades que nunca y que no puedes hacer nada para ayudar”, expresó Kikonda. “Haití ha estado muchas veces al borde del precipicio y logró reponerse”, dijo Kikonda. “Pero esta vez hay una situación muy difícil.

Espero que haya luz al final del túnel, aunque por ahora no la veo”. Un nuevo libro publicado por CAM, “Kidnapped in Haití” (Secuestrados en Haití), escrito por Katrina Hoover Lee, revela que la organización tenía una política de no pagar rescates, pero que los miembros de su junta directiva no estaban tan comprometidos con esa política al estallar la crisis.

El ministerio finalmente decidió ofrecer ayuda humanitaria a los secuestradores, que fue rechazada. Entonces aceptó a regañadientes el ofrecimiento de terceros de pagar un rescate.

Showalter asegura que CAM “no tiene detalles acerca de quiénes fueron ni de cuánto pagaron”. El rescate se pagó en diciembre y se les dijo que todos los rehenes serían liberados. Pero peleas internas entre los secuestradores hicieron que inicialmente soltasen a solo tres.

Los rehenes restantes optaron por intentar fugarse. Consiguieron abrir una puerta bloqueada y se escaparon la medianoche del 16 de diciembre, tras lo cual caminaron varios kilómetros, hasta un sitio seguro.

La cobertura religiosa de la Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración de la AP con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable del contenido.



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